"Fui puta antes que monja", suele decir antes de cada entrevista y lo dice. Muy puta, como gran periodista, y muy monja como gran escritor. Pérez-Reverte propone poses al fotógrafo, calibra la luz y se ofrece a la vez afable y firme en el diálogo. Un profesional en acción, promocionando su última novela: El asedio.

-Novela de novelas.

-Es una novela compleja: policíaca, científica, de espionaje, marinera, costumbrista, de folletín romántico? Uno va con un montón de historias en la mochila. Hay novelas que nunca habría escrito solas y en esta plantilla podía combinarlas. Quería contar una historia sobre el corazón humano, la tortura, el dolor, la soledad, el fracaso. Eso ha requerido un esfuerzo orquestal mayor. Ha sido una experiencia de dos años de las que uno no quisiera repetir muy a menudo.

-A la vez la trama fluye.

-Una novela puede tocar temas complejos, pero el lector no tiene por qué pagar la factura. Me parece una pedantería la de esos que dicen: "Yo escribo sólo para aquellos lectores selectos que son capaces de penetrar en mi prosa". Uno debe dar el mensaje para todos y que cada uno trabaje en el nivel que quiera. Esa complejidad transmitida mediante la sencillez formal requiere muchas horas de cálculo y estrategia.

-Eso a la vez se combina con una erudición que abruma.

-Intento que no abrume. Disfruto escribiendo una novela marinera. No lo hago es términos completamente marinos pero claro, no puedo renunciar a ellos. Intento que el lector, aunque no entienda la palabra, sepa a qué me refiero por el contexto. No puedo renunciar a placeres míos ni a rigores narrativos que dan consistencia. La lucha continua entre lo erudito y lo popular es justamente el trabajo. Si un lector se queda fuera has fracasado.

-Cada novela suya supone una exploración: ajedrez, esgrima? En esta hay muchas.

-Yo iba a una guerra y de camino me leía lo que podía sobre el país, la historia, las circunstancias? Y allí seguía leyendo. Con una novela hago lo mismo. Me preparo lo mejor que puedo. Esta vez ha sido la botánica, la taxidermia, la balística, la jabonería?

-¿Es un sabio andante?

-Olvidas. Pero como todo lo que aprendes, te queda un poso. Mis novelas me hacen más sabio en algunas cosas, no ya por lo que lees, sino por lo que reflexionas. Me dejan ideas que van cuajando en otras cosas. El pintor de batallas, una novela mucho más hermética que escribí porque lo necesitaba, me abre puertas a reflexiones que en esta novela popularizo. Es un proceso enriquecedor.

-Las grandes novelas por regla general son cosa de madurez.

-Hay novelistas que son genios y son capaces de hacer una novela genial con 20 años. Es la excepción. El joven tiene tendencia a pensar que el mundo es lo que él conoce, su amor con su novia, sus copas con los amigos? La vida te va dando información y puntos de vista. Tengo 58 años y una biografía rica. He leído desde los 6 años. Tengo una biblioteca de casi 30.000 volúmenes en casa. Voy sedimentando una mirada sobre el mundo. Yo no soy un escritor teórico, que especula. Hago literatura con lo que he vivido, con muertos cuyas caras recuerdo, con amigos que eran violadores, delincuentes, mercenarios, fracasados, mutilados, gente que ha matado, ha sufrido, con mujeres violadas? Esa proximidad con el material me da una mirada que supongo que el lector agradece. Para eso hay que vivir. Por eso soy un escritor tardío. Estaba viviendo. Cuando un chico me dice "¿qué debo hacer?" le contesto: vivir mucho, practicar mucho y tirarlo a la papelera acto seguido. Así a lo mejor algún día tienes algo que contar. Si no, no pasa nada. No es obligatorio escribir novelas. Dedícate al sexo, a la música, al periodismo. Si alguien me dice que quiere escribir una novela pero no tiene nada que contar, le digo: vete a la m? Eso no, que no digo tacos.

-Queda esa imagen de usted, quizás por sus artículos.

-Utilizo algún taco como todo el mundo, pero no soy un tío mal hablado. Hay señoras que me dicen: "Ay, Don Arturo, si es usted un chico muy educado. Yo pensé que hablaba con palabrotas". El Pérez-Reverte que escribe los domingos dice la verdad. Pero la manera de decirlo es un estilo narrativo, que me permite golpear con más fuerza y eficacia. La palabrota es un recurso literario para dar más contundencia a cuando insulto o critico. Yo no hablo así en la vida normal. El de los domingos es un personaje que se llama Pérez-Reverte, brutal, agresivo a veces, pero que no corresponde exactamente con el personaje real. No me quejo. Lo preciso.

-Antes de vivir estaba Dumas. ¿Estaría orgulloso de El asedio?

-No lo sé. Yo estoy orgulloso de Dumas. Lo considero un amigo. Leer con siete años Los tres mosqueteros te señala. Ya nunca podrás aceptar que la literatura no sea divertida. En El Conde de Montecristo se tocan todos los temas: la venganza, el fracaso, la traición... Y de una forma fascinante, que me pone caliente. No puedo escribir novelas con un tío mirando a una mosca y reflexionando sobre ello. Tengo otras influencias más importantes pero Dumas es como ese viejo profesor que te enseñó a contar y leer. Nunca olvidarás que te puso en los primeros pasos del camino. Más que una relación profesional es sentimental.

-El asedio es más Conrad.

-Me halaga. Hay un abismo entre Conrad y yo, en mi contra, claro. Es uno de mis referentes fundamentales por el mar, la manera de ver el mundo, ese tipo de héroes cansados, que salen de mi vida pero también de Conrad. Hay un camino que va de Dumas a Conrad pasando por mi propia biografía. En ese recorrido se sitúa mi visión del mundo narrativo. Empiezo con Dumas y me acabo sintiendo más cercano a la mirada de Conrad, sin que ninguno sea exclusivo.

-El asedio es también novela de ciudad.

-Fundamentalmente. Dudé con el Sarajevo de la Guerra de los Balcanes, el Madrid cercado o Troya incluso. Cádiz me da posibilidades complementarias: la guerra, el momento de transición, una ciudad sometida a los vientos y el mar, la conexión con América, la Constitución? Un caramelo narrativo.

-Habita mucho en el XIX.

-Es una época muy importante. Cuanto más pienso, más concluyo que Cádiz fue la gran ocasión perdida. Es una guerra que ganamos militarmente y perdimos ideológicamente. España pierde el tren de la modernidad y queda ya tarada para 200 años más. Hoy estamos pagando el precio de perder el compás de la historia. Los personajes que no fueron barridos por el viento siguen ahora en España, abres los periódicos y salen: el monseñor de turno, el político, el sinvergüenza. España perdió la oportunidad de una guillotina como símbolo, de una revolución que acabase con un viejo régimen, que barriese a reyes, curas, ministros y aristócratas, y nos pusiese en el camino de Europa. Siguieron ahí, torpedeando todo intento de un país diferente y aún siguen.

- 'No soy de derechas ni de izquierdas', dice. Pero sí jacobino.

-Jacobino, sí. Igual que rechazo una adscripción ideológica, me proclamo jacobino, quizás más sentimental que racional. Una revolución en la época en que eran posibles, una guillotina cuando la guillotina era posible, habrían abierto el camino de España hacia una modernidad que no tuvimos. Una revolución que se hubiese cargado privilegios de casta, de sangre y de territorios, nos hubiese hecho a todos libres. Y al que no quisiese, lo hubiese hecho libre a la fuerza. Hubiera sido muy saludable. No puedo menos que lamentar esa revolución ilustrada que nunca tuvimos.

-¿Ya no son posibles las revoluciones? ¿Ni siquiera con esta crisis que nos debería mover a salir a la calle a quemarlo todo?

-En el sentido de salir y quemar ya no es posible. Ya no hay 'bastillas' que asaltar. Ahora el propio oprimido es cómplice del opresor. Juega a su juego. Si hubiese una revolución, hasta el obrero saldría a ver si han quemado su coche. Antes, los parias de la tierra no tenían otra opción. No podían elegir. Ahora hay mucha información, no hay víctimas inocentes. Todos somos cómplices de los canallas que nos manipulan. Esa línea entre oprimido y opresor es muy difusa. Por eso es más peligroso hablar de guillotinas, está todo más confuso. Sí tengo una profunda nostalgia de cuando estas cosas estaban claras, de cuando sabías bien contra quién disparar.

-En la metáfora de la guillotina aún caerían muchas cabezas.

-Habría muchas cabezas que cortar metafóricamente, sí. Algunas intento cortarlas en mis artículos.

-Muchas de la Iglesia. Es usted anticlerical.

-Yo creo que buena parte de los daños que ha tenido España se deben a que siempre hubo un confesor diciéndole a la mujer lo que podía hacer con su marido o diciéndole a un rey lo que podía hacer con sus súbditos. Me sitúo en el territorio contrario a que la moral católica condicione la vida social. De eso soy enemigo radical. La religión, tanto en el Islam como en la religión católica, es y ha sido un obstáculo para la modernidad y el progreso de los pueblos. Dicho lo cual debo decir que el estudio de la religión católica en los colegios es necesario. Somos hijos de un sistema. Sin la religión católica no concibes Occidente. Soy partidario de eliminar la religión como asignatura moral y partidario de imponer la religión como asignatura cultural.

- 'En Trento nos equivocamos de Dios'. Y seguimos.

-Y por eso Cádiz. Porque se leía, se hablaban idiomas, entraban libros, había una tolerancia, hasta la homosexualidad no estaba perseguida. Era una ciudad muy abierta, la que uno hubiera querido que fuese España. Desgraciadamente fue al revés, España aplastó a ese Cádiz.

-¿Nos pasamos la vida lamentando las ocasiones perdidas?

-España es un país históricamente enfermo, especialista en perder ocasiones. Ya estamos en una fase de la historia en que no tenemos arreglo. Debemos vivir con nuestras contradicciones y perversiones. Hay países que no consiguen borrar ciertos traumas. Tenemos una casta política absolutamente vil e infame salvo puntuales excepciones. Y es un país que ha perdido el momento de la educación. La educación en España se plantea de manera perversa. No tiene por objeto crear generaciones de jóvenes con espíritu crítico y objetivamente libres, sino generaciones de votantes parciales, sumisos a una u otra ideología. Esa falta de generosidad y grandeza en la educación en España nos ha marcado. Y nos marcará para siempre.

-¿No tenemos los políticos que nos merecemos?

-Es la segunda parte. Ese político sale de nosotros, de nuestras filas, lo votamos. Son nuestros hermanos, hijos, padres, nuestro futuro. Somos cómplices. Por eso ya no hay solución, la posibilidad de un mesías. Generamos al enemigo. ¿Qué queda frente a eso? La cultura de verdad, el consuelo de los libros y palabras como compasión, caridad, solidaridad, lealtad, bondad, cosas que hacen la vida soportable. Si no, uno pediría que caiga fuego del cielo. Yo hablo de cultura como conocimiento del mundo, lectura y memoria. En Italia, hasta el más analfabeto tiene patriotismo cultural, el orgullo de haber sido romano. En España existe el patriotismo de campanario. Cada uno es patriota de su pueblo, de su casa, de su autor. "Oiga, dígame un autor gallego". ¿Por qué? Me importa un bledo que sea gallego, catalán, andaluz. Esa catetez, esa limitadísima visión, es uno de los grandes males de la historia de España y la causa de su insolidaridad, que por supuesto ha sido fomentada hasta la saciedad por la gentuza que nos ha gobernado en los últimos 500 años.

-No sólo es cosa de los "egoístas nacionalismo periféricos".

-Yo cuento historias, no soy un historiador, un analista o un político. El porqué y los culpables no son cosa mía ni tengo soluciones. Pero que eso ocurre es evidente.

-En aquel Cádiz también había que sobornar. ¿Todo es Gürtel?

-Gürtel y no Gürtel. En ese campo han mojado todos. Y donde no salta el escándalo es porque todos tienen muertos en el armario y a nadie le interesa abrir la puerta. España es un país donde la corrupción? Pero dejémoslo.

-En sus relatos se siente más próximo al ciudadano de a pie.

-En todas mis novelas está ese personaje del pueblo, que siempre paga el precio de las manipulaciones de los poderosos. Es el único que todavía me enternece. Si no existiera, esto sería insoportable. Hay días que me despierto, leo el periódico y digo: Que caiga napalm, merecemos irnos al diablo. Pero sales a la calle y oyes a la señora que habla de su hija, al jubilado con los amigos, al niño con la mochila, y piensas que a lo mejor ese chaval lleva algo en la mochila que merezca la pena. Sería injusto que cayese napalm. Cuando te acercas a ese Felipe Mojarra, que aquí se llamará Santiago Fisterra o Paco Pernas, que intenta sacar a su gente adelante de la manera más honrada que puede, te das cuenta de que merece la pena. Ese deseo de que todo arda se ve templado. El analgésico de ser español es gente como Mojarra, el de infantería.

-A los personajes secundarios les escribe o insinúa un pasado. Sabe que los extras que caen ametrallados tiene alma.

-Es que del cuadro de las lanzas no me interesan Nassau y Spinola, sino los están detrás con las lanzas, el fondo del cuadro. Lo aprendí de joven. Me ha interesado menos entrevistar al general que pasar una noche en la trinchera con el soldado. Y aprendí de las películas de Ford que los secundarios son muy importantes.

-No hay héroes de una pieza.

-Con mi biografía a cuestas y con mi mirada sobre el mundo? Sobre Héctor y Aquiles no puedo escribir. Tengo que hablar de Ulises. Héroes tan cansados como yo.

-¿Garzón, héroe o villano?

-Para mí no es un héroe.

-Se encariña con los personajes. Y es cruel en los finales.

-La vida es así. No escribo para contar finales felices. No son cosas que me hayan contado. Las he visto.

-Periodismo actual: no sé si me jubilaré en este oficio ni en qué consistirá. ¿Cómo lo ve?

-Yo me salí. Es complicado, otra entrevista. El periodismo deriva hacia un funcionariado. Se hace de gabinetes, de notas de prensa. El reportero es una figura en extinción. Y el poder exige un alineamiento del periodista, se le obliga a tomar partido. Antes el periodista podía pasar sin problema de un periódico a otro de ideologías diferentes. Era un mercenario honroso y cualificado. Ahora las empresas te exigen que jures bandera, que seas sicario. Un mercenario puede ser honorable; un sicario, nunca. Es mi miedo.

-Usted ama los libros como objetos físicos. ¿Y el e-book?

-No me interesa. Es un mundo fuera de mi territorio.