La hipótesis del robo por encargo, que condenaba al Códice Calixtino a acabar sus días en una cámara escondida del refugio de un posible "coleccionista caprichoso", la más apuntada tras conocerse la sustracción del manuscrito del siglo XII, ha perdido terreno, aunque no se descarta. No obstante, ahora las investigaciones policiales han vuelto a detener su mirada en el entorno más cercano en el que se ha producido el robo.

Aunque no quiso entrar en ningún detalle, por prudencia y por considerar que era "pecado", el deán de la catedral, José María Díaz, ya había advertido el día en que se descubrió la desaparición del libro -el pasado 5 de julio-, que "quien se llevó el códice sabía de qué se trataba, sabía de su valor incalculable y sabía cómo llegar a él".

Otros expertos, como el editor Manuel Moleiro, también insistieron en su momento en que el acceso a la sala de seguridad en la que se guardaba el tesoro bibliográfico ahora desaparecido era restringido. O debería, porque las pesquisas parecen indicar que las llaves que granjeaban la entrada a la cámara podían estar puestas. De hecho, si eso ocurriera, como explicó el fiscal jefe de Galicia, Carlos Varela, el delito podría reducirse a hurto.

Aunque ninguna de las hipótesis se descarta, los agentes implicados en la investigación -doce en total, tres de ellos procedentes de la Brigada de Patrimonio Histórico de la capital- han vuelto a repensar en la posible implicación de alguien de "dentro" del complejo catedralicio, que pudo haber actuado directamente, motu propio, por alguna rencilla con las autoridades eclesiásticas, o que pudo haber facilitado el trabajo a otra persona.

De momento, no obstante, el autor o autores del robo todavía no ha dado señales de vida, ya que no se ha detectado ningún movimiento que permita deducir que el Códice ha salido a la venta en el mercado negro del arte, ni siquiera en el ámbito internacional, ya que Interpol está también advertida. En todo caso, si la sustracción hubiera sido realizada por encargo, esa salida al mercado no sería necesaria, ya que el ladrón contaría, de antemano, con un comprador garantizado e interesado en permanecer en el anonimato. Por el contrario, el gran temor de los especialistas es que el robo fuese cometido por personas que desconozcan el valor del ejemplar y que puedan venderlo por páginas, destruyéndolo.

Al margen de las hipótesis que manejan los investigadores, se da por hecho que las medidas de seguridad no estaban a la altura del preciado tesoro que protegían, tal y como denunció la policía e incluso la fiscalía. Así, además de que las llaves que abrían la estancia pudieran estar en la puerta, las cámaras de seguridad no apuntaban a la zona donde se hallaba el propio Códice, y ni siquiera los responsables de la habitación de seguridad -a la que tenían acceso el deán y dos de sus colaboradores- pudieron precisar exactamente la fecha en la que el Liber Sancti Jacobi desapareció.