La productividad de un trabajador francés es un 40% superior a la de un español y la de un alemán o un italiano un 15%. Ni en los tiempos de bonanza España ha destacado por este indicador de eficiencia que relaciona la cantidad de recursos utilizados con la cantidad de producción obtenida. Y no es un tema menor porque la mayoría de los economistas coinciden en que el crecimiento a largo plazo de la renta per cápita de un país depende fundamentalmente de la productividad.

Para explicar por qué España sale tan mal parada en la comparativa con países de su entorno se suele acudir a diferentes argumentos, que van desde el avance tecnológico hasta la incapacidad para racionalizar los horarios laborales y la gestión del tiempo. Uno de los argumentos más manidos es también el del tamaño de las empresas, que importa y mucho. Dentro de un mismo país las empresas más grandes son más productivas que las pequeñas y en España el tamaño medio (poco más de cuatro empleados) es la mitad que el de Alemania. Además el 99% de las empresas españolas son microempresas con o sin empleados y pequeñas compañías. Las medianas (con entre 50 y 250 trabajadores) representan el 0,6% y las grandes sólo el 0,1%. Según esta teoría bastaría con incrementar el tamaño de las empresas, dando facilidades al salto (dificultado por razones laborales y fiscales), para lograr un incremento de la productividad.

Sin embargo, hay investigadores que apuntan que ese escaso tamaño de la empresa española se debe precisamente a la baja productividad, por lo que inciden en que mejor sería poner el foco en invertir en formación, profesionalización de los gestores e I+D+i, factores en los que tampoco destaca España entre los países de su entorno y que a su vez lastran la eficiencia.

El acento lo ponen, sobre todo, en la I+D+i. El gasto público en esta materia sobre el producto interior bruto (PIB) es el 75% del promedio europeo, pero es que en el caso del gasto privado baja del 50% en un momento en el que el avance de la digitalización en todos los sectores, principalmente en la industria, exige más esfuerzos en esa materia. No obstante la inversión en I+D+i puede tardar años en traducirse en un significativo aumento de la productividad. En cualquier avance tecnológico primero habrá una etapa de investigación, después de patentes y desarrollo y finalmente de propagación por el tejido productivo. Pese a todo, los datos demuestran que los países que más invierten en I+D+i consiguen alcanzar mayores tasas de productividad y de crecimiento a largo plazo.