Apartir de 1890, Emilia, que antes había escrito novelas naturalistas sobre el amor-deseo de la mujer, como eran, Tribuna, Bucólica, Pazos de Ulloa, La madre naturaleza, Morriña e Insolación, escribe ahora novelas feministas sobre el amor-razón de la mujer, buscando una mujer nueva emancipada acorde a los nuevos tiempos. Pues bien, en su búsqueda y en defensa de sus derechos, escribe las novelas Una cristiana y La prueba (1890), Doña Milagros (1894) y Memorias de un solterón (1896), que van desde la mujer que encarna todas las virtudes tradicionales cristianas hasta la mujer del futuro.

El 16 de octubre de 1892, Emilia lee el importante discurso, titulado La educación del hombre y de la mujer, en el Congreso Hispano-Portugués y Americano, celebrado en Madrid, con motivo del IV centenario del Descubrimiento de América, donde trata el problema de la educación de la mujer, tan deficiente y distinta a la que recibe el hombre, lo que da lugar a la marginación que sufre.

Según ella, la actual educación masculina se basa en el postulado optimista de la perfección de la naturaleza humana. En cambio, la educación femenina se basa en un postulado pesimista de contradicción entre la ley moral y la ley intelectual, según lo cual la mujer es más apta para cumplir su destino providencial cuanto más ignorante sea. Consecuentemente, dice, lo que es para el hombre honor y gloria, es para la mujer deshonor. La razón vital de la mujer, a diferencia del hombre, no es su propio bien, su dignidad y su felicidad, sino la de su esposo e hijos, la de sus padres y hermanos, y en su ausencia, la del género humano.

Distingue la educción física, moral, la intelectual, social, técnica, estética y cívica. La educación física es considerada muy beneficiosa para el hombre, y rudimentaria o prohibida para la mujer. La educación moral se extiende para el hombre a la dignidad personal, a la firmeza de carácter, al sentimiento de independencia, al legítimo deseo de descollar, a la energía de pensamiento, a la amistad, a la veracidad y al amor del trabajo. La moral de la mujer queda reducida a preceptos sobre el sexo contenidos en el sexto y noveno mandamientos, en instrucciones de salón, de música, baile y en conocimientos generales de historia y de práctica religiosa.

Considera al Cristianismo como un movimiento de emancipación de la mujer mediante la libertad de conciencia, y que la educación de la mujer, distinta a la del hombre, es fruto del egoísmo y de la malicia humana contra la palabra de Cristo, para quien no hay diferencias entre amos y esclavos, entre hombres y mujeres porque todos son hijos de Dios.

En las diferencias de educación entre hombres y mujeres, continúa diciendo, se parte erróneamente de la superioridad del hombre sobre la mujer, basada en su tamaño y volumen del cerebro más pequeño y reducido. De este modo, en España la mujer legalmente puede recibir enseñanzas universitarias igualmente que el hombre, pero no puede ejercerlas profesionalmente. Considera ridículo y moralmente malo que la opinión general española le parezca más propio, acertado, fácil y rápido adiestrar a las mujeres en el arte de cazar maridos que en el de ganar la vida con un trabajo profesional digno.

Finalmente, dice, la educación social, técnica, estética y cívica tiene sus diferencias entre hombres y mujeres. En la social, a la mujer no se le permite participar en la política y menos en la educación técnica. En la educación estética queda reducida al pudor y en la cívica al hogar y familia. Consecuentemente, enseña, esta educación hace a la mujer intransigente, egoísta, avara y mezquina. En ella, no cabe el patriotismo y ni altruismo humano, solo cabe el egoísmo idolátrico de su familia, que dificulta la buena relación matrimonial. Mientras que la educación igualitaria o semejante de la mujer a la del hombre crea una comunidad de pensamientos, sentimientos y voluntades entre esposos que contribuyen a la felicidad conyugal.

Sobre sus ideas y aptitudes feministas han influido notablemente la lectura del libro, La mujer ante el socialismo de Augusto Bebel, y sobre todo el libro La esclavitud femenina de Stuart Mill.

La relación de Emilia con Concepción Arenal fue ocasional y de respeto, aunque no cordial, ocasionada por la diferencia de edad, pues Concepción era más de treinta años mayor que ella y su modo de ser eran muy distintos. Mientras Concepción Arenal era una mujer sencilla, introvertida, sumamente discreta, más idealista, sensible y comprensiva, Emilia era más racionalista, pragmática, extrovertida, polémica y poco discreta. Sin embargo, la defensa del feminismo las unía concurriendo ambas al certamen literario de Ourense, en 1876, en honor del monje benedictino Jerónimo Feijóo.

Con motivo del fallecimiento de Concepción Arenal, acaecido el 4 de febrero de 1893, el Ateneo de Madrid celebra varias conferencias impartidas por prestigiosos especialistas para resaltar y glosar su obra. Con tal motivo, Emilia ve la oportunidad de hacer campaña sobre el feminismo, utilizando, en este caso, el prestigio y la labor de Concepción Arenal. Critica a los organizadores de estas conferencias por no tocar el tema del feminismo en dicha autora al no ser del agrado de la opinión popular

El pensamiento feminista de Emilia es fundamentalmente similar al de Concepción Arenal. Ambas viven en el mismo medio ambiente. Emilia había leído sus libros, El porvenir de la mujer y la La mujer de su casa. Le hace unas observaciones a su libro, La mujer del porvenir por considerar que la profesión de juez y de político no es apta para la mujer, que Emilia no comparte, y elogia el libro La mujer de su casa por ser maduro y real.

Finalmente, le tributa un cálido y encendido homenaje, diciendo: "Si el espíritu de doña Concepción Arenal lo hubiera encerrado la naturaleza en un cuerpo varonil, a los cuarenta años, sería doña Concepción catedrático, diputado varias veces, director general por lo menos, académico de varias academias y personaje muy influyente y renombrado, en premio de sus merecimientos y extensión de su cultura en ciertos ramos de la ciencia política y moral".