Que uno recuerde, no ha habido ni un solo gobierno autonómico que no anunciase en algún momento planes específicos para impulsar el desarrollo de la Costa da Morte. Se suele poner énfasis en la dotación de infraestructuras físicas, especialmente en las comunicaciones por carretera, con el fin de mejorar la articulación interior de esa parte de Galicia y sobre todo para acabar con el aislamiento que secularmente padece y que vendría a ser la causa última de gran parte de sus muchos males. Se supone que, a partir de ahí, todo lo demás, o sea la implantación de industrias, dotaciones y servicios, la creación de riqueza y el empleo, vendría por añadidura.

Sin embargo, como si de una maldición bíblica se tratase, el grueso de todos esos planes nunca llega a ejecutarse, por más que los gobernantes comprometan generosas dotaciones presupuestarias y marquen unos amplios plazos. De ahí la frustración que se palpa en las tierras de Bergantiños, Soneira o Fisterra, cuyos sectores económicos y sociales más dinámicos, que los hay, no se resignan y siguen luchando por cambiar un estado de cosas que no tiene por qué ser siempre así. Quieren dejar de ser la extraña excepción a la norma general de que, en Galicia como en cualquier otra parte, las comarcas costeras suelen desarrollarse más que el interior.

En el pasado, tanto lejano como más reciente, sobran ejemplos de compromisos que no acaban de cumplirse, que se tropiezan con mil y un imponderables o simplemente se malogran. Para muestra, un par de botones: la vía de alta capacidad Carballo-Cee y el parador de turismo de Muxía (lo de la piscificatoría de Touriñán es un caso aparte, como harina de otro costal, mucho más que un incumplimiento; para algunos, una auténtica afrenta).

Como estaba cantado, la empresa adjudicataria del vial que prolongaría la autopista A Coruña-Carballo hasta el corazón de la Costa da Morte acaba de renunciar a la ejecución de una obra de la que, sin embargo, se puso una oportuna primera piedra, en vísperas de las últimas elecciones, y no pasó de ahí. Ahora hay que reiniciar todo el proceso. Eso supondrá un nuevo retraso en una carretera que se trazó por vez primera sobre un papel hace más de seis años, en el marco del Plan Galicia, y que ni sabe cuándo será al fin una realidad. Se han perdido como mínimo cuatro años, los del bipartito, y se cometieron errores de gestión inadmisibles en una administración seria, que encima tiene una muy escasa capacidad de reacción a la hora de evitar mayores daños.

Lo del Parador de Muxía parece cosa de meigas. Es como si una serie de fuerzas oscuras se hubieran conjurado para que nunca acabe de convertirse en realidad otra de las promesas estrella alumbradas por los poderes públicos después del desastre del Prestige. No es que una instalación turística como esa sea una panacea, ni vaya a acabar de un plumazo con el paro endémico que padece la zona. Aún así, debería constituir el gran revulsivo para la eclosión definitiva de una actividad económica que tiene allí unas enormes potencialidades. Estamos ante una sucesión de desidias y perniciosos efectos colaterales del cambio de signo de las administraciones, cuyas consecuencias suelen pagar en última instancia quienes no tienen en eso ni arte ni parte. Entre otras razones, porque ellos siempre votan lo mismo.

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