Desengáñate, amigo: si al cabo de diez años de matrimonio tú mujer te encuentra todavía interesante no es por las evidentes virtudes que le demuestras, sino por los cosas inconfesables que supone que le ocultas. Ya sé que se trata de apreciaciones personales y por supuesto discutibles, pero mi opinión sobre lo que piensan las mujeres es casi siempre el reflejo de algo que les escuché a ellas en alguno de esos instantes de la madrugada en los que con el aliciente del jazz más lento a tu pareja se les sueltan juntas la sinceridad y la tripa. Por eso me permito suscribir algo que me dijo de madrugada una fulana en un garito: "Aunque muchas mujeres casadas no lo quieran reconocer, mi experiencia personal me dice que lo que a veces las une a sus maridos es justamente aquello por lo que temen perderlos. Con esto te quiero decir, cielo, que para todas esas mujeres no hay probablemente mayor desencanto que el que les supondría descubrir que las dudas sobre su pareja eran por completo infundadas, entre otras razones, porque son mayoría las mujeres que disfrutan con mayor intensidad si tienen la sensación de llevar diez años casadas con un hombre soltero". Le pregunté a qué creía que se debía eso y me contestó que aunque sean muy reservadas al respecto, son muchas las mujeres que alcanzan el máximo placer sexual si son capaces de imaginar que lo suyo con su marido es esa noche adulterio. "Para que eso ocurra -añadió- el hombre casado debe conservar intactos algunos secretos y cuidarse de no revelar el lado más oscuro de su personalidad", porque, dijo también, "podría considerarse incalculable el número de mujeres casadas que encuentran encantadores a sus marido solo cuando consiguen imaginar que es otro el hombre con el que en ese instante están acostadas". ¿Y la sinceridad? ¿Qué hace con la franqueza? ¿Hasta qué punto la solidez del matrimonio depende irónicamente de conservar intacta su vulnerabilidad? Ya te digo que mis opiniones al respecto son el resultado de mis particulares relaciones de pareja y, sobre todo, de mi contacto con mujeres como R., la veterana prostituta con la que tantas noches compartí la sinceridad, el sudor y la saliva. Suyo es mi último párrafo de hoy: "No me digas cómo puede ocurrir semejante cosa, cielo, pero recuerdo que en mis noches de casada disfrutaba más cuando al besar a mi marido tenía la fundada sospecha de estar metiendo la lengua en la boca de otra mujer"...

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