Este es el título del libro que Ricardo Gurriarán acaba de publicar y en el que se recogen sus investigaciones sobre el movimiento estudiantil antifranquista en la Universidad de Santiago que desemboca en la protesta de 1968. Ha de felicitársele, en principio, por la elección del título del libro, fue el titular de un editorial del ABC del momento en el que se insultaba y demonizaba a los estudiantes que se jugaron la libertad, el tipo, el expediente, la carrera y su futuro profesional, que debe pasar, y de hecho pasó, a los anales de la degradación periodística, del servilismo de la pluma al poder omnímodo y fue referencia en el sínodo de chupatintas de régimen con todo honor y merecimiento. Sin duda, al poco tiempo el titular se volvió contra sus inspiradores, todos comprobaron dónde estaba la escoria social.

Quizá no sea este el lugar ni el momento para loar la obra a la que acabamos de referirnos, está a su alcance y en ella seguro encontrarán fuentes, documentos, textos que saciarán su curiosidad. Seguramente interese más la reflexión sobre las consecuencias que tales sucesos tuvieron, no ya en otras universidades, sino en la organización de la oposición que desemboca en los sucesos del 1972 y, desde ahí, la tan traída y llevada transición política.

Sin ánimo de pontificar, sin necesidad de reivindicar y sin voluntad de encumbrar a los altares a ningún juez, no me queda más remedio que recordar otro titular de prensa de finales de los setenta, en esa transición frágil, que rezaba, creo que literalmente, Estamos dolorosamente hartos, en el que un grupo de nostálgicos del dictador se lamentaban de las maldades que la democracia hacía llegar a este páramo español, aun dependiente de París y Bonn antes de dar cualquier paso político y de USA, antes de mover una peseta de sitio o un avión de pista de aterrizaje. Se les respondió con dureza, ¡a ver quiénes eran los que nutrían aquella pandilla de estómagos agradecidos para estar hartos de nada! ¿Se acababan sus privilegios? ¿Tendrían que cambiar de modo de vida para mantener las formas y su poder político y económico? Eran escoria. Por supuesto, y los más listos lo hicieron -vean a Fraga, sin ir más lejos-, se legitimaron en las urnas y renovaron su fondo de armario de nuevas y variadas chaquetas.

Se fueron haciendo las cosas poco a poco, con mucho consenso en su momento, con sus broncas en otras circunstancias, pero sin perder el norte, la recuperación del tiempo perdido. La escoria asomaba la cabeza de vez en cuando, en el 81, por ejemplo.

Es verdad que no estamos ni a medio camino de recuperar ese tiempo robado, es verdad que intentan desandar lo poco avanzado, pero cuando se ve, se lee y se oye lo que los nuevos medios de comunicación propagan sin pudor, lo que los demandantes ante la justicia intentan reclamar, la degradación a la que se intenta llevar a la vida pública, a uno le entran ganas de abandonar aquellos principios reconciliadores de la transición y revolverse contra esa escoria que nos está hartando cuando trata de recuperar su paraíso perdido, de que volvamos a ser el hazmerreír del mundo civilizado.

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