No se ha secuestrado en España la libertad de ninguna región en beneficio de mi país castellano. Se han secuestrado las libertades de los pueblos en beneficio de la corona imperial y católica; pero ninguna región en España se ha sobrepuesto a las otras ni ha secuestrado la una a las otras en beneficio propio. No; todas han sido secuestradas en beneficio de un concepto de soberanía que ya ha desaparecido, por fortuna. (...) Y me he formado el convencimiento de que entre tantas cosas como hay que borrar, una permanecerá siempre: la individualidad del carácter español; la individualidad de las personalidades hispánicas en la Península, indestructible a través de los siglos, compatible con la grandeza de España; más aún: indispensable para la grandeza de España" (Azaña en 1934).

Azaña, siempre Azaña. Dos nuevos libros publicados sobre su figura en poco más de un año; el primero, a cargo del historiador Santos Julia; el más reciente, en las últimas semanas, escrito por el periodista Miguel Ángel Villena. Sin embargo, la actualidad del estadista y escritor republicano viene dada, sobre todo, a resultas del protagonismo que está cobrando en el Tribunal Constitucional el magistrado Manuel Aragón Reyes, al que casi todos los comentaristas políticos definen como "azañista". Mucho se teme uno que no pequeña parte de los opinantes de urgencia desconocen el conjunto de la obra de Azaña y, más concretamente, su drama La Velada en Benicarló que, en una edición de 1974, prologó el señor Aragón.

La dictadura no se había acabado. Y lo cierto es que, hasta donde entonces se podía, don Manuel Aragón hizo un prólogo muy favorable al pensamiento de Azaña en general y también a esta obra dramática en concreto. Distinta cosa es que Juan Marichal haya explicado con mucha mayor lucidez esta obra: "Es el único libro español con altura literaria y, por lo tanto, de valor universal, equiparable a esos libros de nuestro tiempo que han dejado constancia de la violencia de las revoluciones y de la gran amargura del siglo XX".

Primer y significativo dato a tener en cuenta sobre La Velada en Benicarló: Son once personajes, representativos de la España a la que, ya en 1937, don Manuel considera perdedora, es decir, la España republicana. Sin embargo, en este elenco de personajes no hay lugar ni para los anarquistas, ni para los nacionalistas vascos y catalanes; sí lo hay, sin embargo, para un personaje al que se le puede considerar comunista al que el autor define, sin gran admiración, como "propagandista". Con respecto a las exclusiones, se vinieron interpretando del siguiente modo: los anarquistas, al negar el Estado, no tienen cabida en ese mundo, ya cadavérico, que representa la República; y, en cuanto a los nacionalismos vasco y catalán, si bien por distintas razones, Azaña los veía en ese momento como formaciones políticas que, desde el estallido de la guerra, habían mostrado su deslealtad a la República. No se pierda de vista a este respecto los dramáticos momentos que le tocó vivir a Azaña en Cataluña durante parte de la contienda.

Lo que sucede también, y esto tampoco se le debe hurtar al lector, es que, si bien es cierto que el autor de El Jardín de los Frailes estaba decepcionado del comportamiento del nacionalismo catalán durante la guerra civil, no lo es menos que estamos hablando también del político español que con más ahínco defendió el Estatuto de 1932 en uno de los episodios más brillantes de la historia del parlamentarismo español, en la polémica que mantuvieron Ortega y el propio don Manuel. Sirvan las palabras que siguen, pronunciadas en 1932, como prueba irrefutable de la apuesta de Azaña a favor del Estatuto Catalán: "La implantación de la autonomía de Cataluña no hubiera tenido su verdadero valor, si alguien hubiera pretendido hacerla pasar como una transacción, como una medida generosa, como la aceptación de un mal menor o como una medida de política oportunista. No es nada de eso. La autonomía de Cataluña es consecuencia natural de uno de los grandes principios políticos en que se inspira la República, trasladado a la Constitución, o sea, el reconocimiento de la personalidad de los pueblos peninsulares"

Quiere decirse que se puede confundir a la opinión pública en el sentido de que ser azañista no implica en modo alguno anticatalanismo, sino más bien todo lo contrario.

Y, como las cosas tienden a ser más complejas y caleidoscópicas de lo que la opinión publicada acostumbra a transmitir, añadamos a renglón seguido que Azaña en ningún momento fue partidario del Estado federal, y así lo manifiesta repetidas veces en uno de sus mejores libros, el que tiene por título Mi Rebelión en Barcelona.

En todo caso, no deja de ser paradójico que la España de 2010 reciba el mensaje de que, en la última intentona, también frustrada, de sentencia del Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña aprobado en 2006, el mencionado Estatuto se frustra por el supuesto azañismo de uno de sus miembros, al que, por cierto, en su momento nombró el presidente Zapatero, el mismo que empezó apostando por la España plural y por la reivindicación del legado de la 2ª República.

De modo y manera que, si el Estatuto que se aprobó en el 32 tuvo en don Manuel Azaña a su valedor más importante, el de 2006 encuentra una tremenda resistencia en un magistrado al que la opinión publicada etiqueta como azañista.

Azaña, siempre Azaña. En este abril, mes republicano y cervantino por excelencia, en el que la efeméride del día 14 pasó más desapercibida que nunca en los últimos años, una de las grandes polémicas dentro de la escandalera mediática es la renovación o no del Tribunal Constitucional que aún no ha sido capaz de articular una sentencia más o menos pactada sobre el Estatuto de Cataluña, y en ese alto Tribunal la voz que mayor protagonismo adquirió últimamente es la de un magistrado al que se le considera azañista.

Y, al lado de todo esto, la inmensa mayoría de la opinión publicada parece ignorar, ya que de abril hablamos, que Azaña es autor, entre otros grandes ensayos, del libro La Invención del Quijote, que forma parte de los títulos de referencia en la oceánica bibliografía cervantina.

Azaña, siempre Azaña. El pasado viernes fui invitado una vez más a un maratón de lectura organizado por una librería de Oviedo y, dado el actual estado de cosas, decidí leer fragmentos de mi primer libro Azaña o el sueño de la razón. Se publicó en 1990, coincidiendo con el cincuentenario de su muerte. Entonces como ahora anhelaba que el estadista y escritor republicano dejase de ser un desconocido en este país. Entonces como ahora, al tiempo que se le sigue odiando e ignorando, parece inevitable, paradójicamente, que lo citen los unos y los otros, por lo común con escaso, por no decir nulo, conocimiento de causa.

¡Qué saludable sería que la opinión publicada, a la hora de hablar de Azaña, lo hiciese con un rigor tal que promoviese en la España de hoy el interés por conocer su pensamiento!