A las autoridades españolas les preocupa la proliferación de especies invasoras, tanto animales como vegetales, en la medida que atentan contra la biodiversidad al eliminar y sustituir a las que son autóctonas, con el consiguiente daño ecológico. Con el objetivo de erradicarlas, o de controlar su expansión en la medida de lo posible, el Ministerio de Medio Ambiente ha elaborado un catálogo de 168 especies consideradas nocivas, entre las que figuran algunas de nombres tan exóticos como la hormiga roja, el mejillón cebra, la rana toro, el mosquito tigre y el alga asesina (la forma en que un alga se las ingenia para asesinar a otro ser vivo se me escapa por completo). Además de estas, hay otras más conocidas del gran público como el visón americano, el mapache, la rata almizclera, y dos variedades de cotorras como las denominadas argentina y de Kramer. La principal característica de estas especies invasoras es su fuerza, su resistencia y, sobre todo, la agresividad que despliegan para imponerse a los pobladores originales y desplazarlos de su territorio. Nada en definitiva que nos pueda sorprender, porque los humanos invasores también hemos actuado de la misma manera y con parecida ferocidad a lo largo de la historia, con el pretexto hipócrita de civilizar, evangelizar a otros, e incluso de llevarles la democracia, lo que ya es el colmo de la desvergüenza. Un amigo mío, que vive en los alrededores de Vigo, me contó el caso extraordinario de una colonia de cotorras, no sé de qué familia, que se instalaron en unos árboles cerca de su casa. En un primer momento, llegó discretamente una pareja, (igual que en el Paraíso terrenal) cuya presencia pasó completamente desapercibida para los vecinos y los gatos del contorno. La pareja debía de ser fogosa porque en muy poco tiempo un árbol se pobló de cotorritas y pasado un tiempo ocurrió lo mismo con otro cercano. La convivencia empezó a complicarse. Los gatos, prudentemente, desistieron enseguida de molestar a los "okupas" al recibir el primer picotazo. Pero los vecinos, molestos por el ruido que hacían los pájaros y la audacia que desplegaban para invadir sus jardines, y hasta para birlarles la comida que dejaban a la vista (vista de pájaro, claro), acordaron organizar una expedición de castigo contra la colonia enemiga. Dos atrevidos arrimaron una escalera a uno de los árboles, en medio de un griterío ensordecedor de las cotorras, y estas, al sospechar de sus intenciones, se abalanzaron sobre ellos con agresividad. Ni que decir tiene que retrocedieron dejando el campo libre al enemigo. Visto el fracaso, uno de los vecinos propuso contratar un halcón, y otro, abatir las cotorras a tiros. Desconozco en qué ha quedado el asunto. No cuento esta historia para desanimar a las autoridades, pero la solución parece difícil. La globalización económica, la estupidez, y la irresponsabilidad de los que compran mascotas en el mercado negro de especies exóticas (casi tan rentable como el negocio de la droga) para luego abandonarlas, han provocado este efecto indeseable. He leído que, la Xunta de Galicia teme la llegada, de un momento a otro, del mapache, un carnívoro de procedencia americana, que ya se ha instalado en la provincia de Madrid. No es el primer invasor indeseable. Antes, llegaron el visón americano y el eucalipto. En realidad, Galicia es una región donde los valores autóctonos (arquitectura, lengua, silvicultura etcétera) están siendo desplazados por otros, foráneos, de dudosa utilidad. Eso sí, los políticos son propios de la tierra. Aunque no lo parezca.