Dicen que los economistas, al igual que los médicos forenses, son grandes especialistas en explicar lo que ha sucedido pero no en lo que va a suceder. Un ejemplo lo tenemos en la actual crisis económica. Se ha convertido en un gran negocio editorial para economistas que explican cómo se fraguó la catástrofe que por supuesto, todos veían venir. Lamentablemente ninguno de ellos trabajaba en la Moncloa.

Desde que nuestros líderes planetarios han renunciado a refundar el capitalismo, inclinándose por las inevitables y dolorosas reformas, el sistema financiero internacional, ya saneado, continúa a la búsqueda de la piedra filosofal que le permita convertir cualquier necesidad humana en dinero virtual. Así, después de la vivienda y la deuda pública apalancada, su nuevo objetivo es la cesta de la compra. Este nuevo negocio bancario funciona a través de un complejo producto financiero; los contratos de futuros sobre materias primas. Estos contratos apuestan, con muy poco riesgo, sobre los precios de materias primas, principalmente energía primaria (petróleo) y alimentos básicos (maíz, arroz, trigo, y soja). La comisión que regula este mercado en los EEUU, CFTC por sus siglas en inglés, ha informado que el volumen de dinero invertido en este mercado había pasado de 2.000 millones de dólares en 2002 a más de 200.000 millones en 2008. Casualmente una de las entidades más activas en este negocio es el banco Goldman Sachs, famoso por haber contaminado los balances de todo el sistema financiero internacional con hipotecas basura.

Aunque se han buscado otras explicaciones interesadas (sequías, incendios y biocombustibles), todo indica que existe una relación directa entre esta actividad financiera y el constante incremento que el precio de los alimentos ha experimentado en los últimos cuatro años. No es casualidad que los primeros manifestantes tunecinos que derrocaron al régimen del presidente Ben Alí lo hiciesen con una carísima barra de pan en la mano a modo de pancarta.

Todos los humanos podemos vivir sin un Rolex o un Mercedes, pero no sin agua, alimentos y energía. Por esta razón los mercados financieros ven más rentable los artículos de primera necesidad que cualquier otro cachivache. El actual modelo de agricultura globalizada, que consume el 5% de la energía total y el 75% del agua dulce disponible, tendrá que abastecer, en un entorno climático cada vez más incierto, la demanda de una población mundial, que en el año 2050 será de 9.000 millones.

Con este panorama no es de extrañar que la inversión de moda entre las grandes fortunas, como Ted Turner, George Soros o Luciano Benetton, sea comprar enormes extensiones de terrenos fértiles en Argentina, Brasil, o Botswana. Los banqueros que operan en el mercado de futuros sobre materias primas se encargan del resto del negocio.

Hace tiempo que el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas está alertando de las consecuencias devastadoras de este cóctel de escasez, demografía, especulación financiera, y amenaza ambiental. De hecho su directora general, Josette Sheeran, lo definió como el "Tsunami silencioso". Mientras tanto la producción industrial de alimentos también está dando señales de estrés en forma de mutaciones microbiológicas e inseguridad alimentaria.