Los topicazos me levantan sarpullidos por obvias razones de higiene mental. Sólo sirven para nutrir la vulgaridad ambiente de la que andamos muy sobrados. Si estos lugares comunes provienen de un político, todavía me ofenden más, en la medida en que incrementan la vulgaridad ambiente que ya es bastante insufrible sin necesidad de nutrirla más. Y, si además de todo ello, resulta que avivan la rivalidad pueblerina entre distintos territorios, la cosa se vuelve vomitiva. Tan rancio y tan injusto como el anticatalanismo es el sambenito que se les atribuye a los andaluces sobre su supuesta vagancia.

No obstante, más allá de estar soportando un episodio más de rivalidad pueblerina, hay algo en las declaraciones del líder de CIU que debería ser materia de reflexión para todos aquellos que tienen un mínimo interés ante lo que sucede en la vida pública de nuestro país. Y es que el PER andaluz pone, ante y todo y sobre todo de relieve, que desde la muerte de Franco a esta parte, con casi 22 años de gobiernos socialistas en España, y unas tres décadas de Gobierno socialista en Andalucía, la reforma agraria sigue siendo una asignatura pendiente en una tierra en la que los grandes latifundios están muy lejos de ser historia. Ítem más: no hace mucho tiempo el Ejecutivo autonómico socialista andaluz le concedió una altísima distinción a una dama que posiblemente sea la mayor latifundista de todas las Españas y, por supuesto, de esa comunidad autónoma.

Antes de que el PP ganase por vez primera las elecciones en España, se hablaba por parte de voceros de ese partido del voto cautivo en Andalucía, al que se relacionaba no poco con el PER. Ahora lo hace Duran i Lleida a propósito de parte del destino de los impuestos que el Estado recauda en Cataluña.

Ante embestidas tales, tanto la izquierda española como la andaluza se rasgan las vestiduras, pero no parece haber en ellos la más mínima disposición a acometer una reforma agraria que de verdad transforme las condiciones de vida del mundo rural andaluz. Y la tal reforma agraria no implicaría un régimen comunista, sino simplemente un mínimo de racionalidad y justicia que transformaría las condiciones de vida de muchos. Y es que, sin entrar en profundos análisis que corresponderían a expertos en materia económica, tal parece que el Estado viene destinando un dinero que ayuda a subsistir a los que no poseen tierras, pero que sobre todo permite que los grandes propietarios sigan gozando de unos privilegios, como mínimo, anacrónicos.

Reforma agraria por la que ya abogó Jovellanos en el siglo XVIII, fíjense ustedes lo que llovió desde entonces. Reforma agraria que se aprobó en el bienio azañista (31-33) pero que no se pudo llevar a cabo. Reforma agraria que no quiso acometer el PSOE desde la transición a esta parte, a pesar de su supremacía en la comunidad andaluza y de sus muchos años de Gobierno en el conjunto del Estado.

Reforma agraria, digo, y no revolución, simplemente racionalidad, simplemente coherencia con un discurso que se reclama de izquierdas, pero que en sus políticas socioeconómicas vino siendo conservador desde su primera victoria política en 1982.

Por parte del señor Duran i Lleida, cuya sensatez y mesura admiro desde hace mucho tiempo, hubiera sido mucho más acertado hablar de esa reforma pendiente en lugar de acusar de parasitismo a unos ciudadanos que viven en un territorio cuyo latifundismo hace imposible unas condiciones de vida dignas sin ayudas del Estado.

Como decía líneas más arriba, es deprimente que el debate político se plantee en términos tan pueblerinos. Y no lo es menos que nadie parezca dispuesto a poner sobre la mesa asignaturas pendientes que ni siquiera han sido objeto de una atención mínima que llevase a una voluntad de afrontarlas.

Nos sobra demagogia y nos falta decencia para abordar determinados problemas con un mínimo de valentía y equidad.

Y así nos va, de escandalera en escandalera, de topicazo en topicazo. De aldeanada en aldeanada.