En Londres, ¿dónde mejor?, se suelen dar casos que combinan el misterio, la intriga y la investigación científica en bien mezcladas proporciones. Como aquellas que manejaba sabiamente sir Arthur Conan Doyle, el padre literario de Sherlock Holmes, considerado el arquetipo de todos los detectives que en el mundo han sido. Lo que viene a confirmar que los hijos de la imaginación humana adquieren, a veces, una corporeidad tan real, y más consistente y duradera, que los que deben su existencia a la fornicación, una actividad al alcance de cualquiera sin excesivo talento. Digo lo que antecede porque he leído en la prensa una historia de sorprendente desenlace. Una de esas historias que le hubiera gustado atender en su despacho al famoso sabueso de Baker Street y a su no menos famoso ayudante el doctor Watson. Resulta que David Gollanz, un abogado residente en Londres, había oído de sus padres, siendo un niño, que lo habían concebido por medio de inseminación artificial, pero sin revelarle la identidad del donante del esperma que le había permitido acceder a la vida. Una vez terminados sus estudios universitarios, David Gollanz comenzó a investigar por su cuenta la identidad de su verdadero padre y, tras no pocos trabajos y averiguaciones, llegó a la conclusión de que este era un biólogo de origen austriaco, Bertold Weisner, que en la década de los cuarenta del pasado siglo había fundado junto con su mujer, Mary Barton, una clínica de fertilización. En esa institución ubicada en el elegante barrio londinense de Portland Place, se habían practicado con éxito unas 1.500 fertilizaciones, incluida la del curioso abogado Gollanz. La mayoría de los clientes eran gente adinerada, pero la identidad de los donantes fue prácticamente imposible de esclarecer en un primer momento, dado que la esposa del doctor Weisner, fallecida hace once años, había destruido todos los archivos y soportes documentales de la clínica fundada por su marido. Gollanz no se desmoralizó por esa circunstancia adversa e insistió en sus pesquisas recurriendo a solicitar la práctica de pruebas de ADN. Tras superar no pocas trabas burocráticas y procelosos trámites judiciales, pudo concluir que su auténtico padre biológico era el doctor Bertold Weisner. Un feliz hallazgo, sin duda. Pero aún habría más revelaciones sensacionales. Resulta que nuevas pruebas de ADN permitieron llegar a la evidencia de que otras 12 personas eran hijas del mismo doctor. Y, aún mas, a la sospecha fundada de que el padre de Gollanz pudo haber inseminado con su esperma a las madres de casi la mitad de los 1.500 niños concebidos en la clínica que dirigía. En otras palabras, que el abogado bien podría tener 750 desconocidos hermanos. El caso es verdaderamente asombroso. Las leyes inglesas establecen que los donantes de esperma solo puedan fertilizar a un máximo de 10 familias, sin tope de hijos por matrimonio, al objeto de limitar en lo posible los riesgos de la consanguinidad. Lo del doctor Weisner supera todo lo imaginable. Era el encargado de seleccionar reservadamente a los donantes de esperma, pero debió de pensar que nadie reunía mejores condiciones que él mismo. En cualquier caso, debe de ser una tarea fatigosa estimularse a manivela en soledad para obtener el semen necesario con que concebir a centenares de hijos.