Hemos confundido la libertad con la tecnología, que es un mecanismo que puede dominar cualquier idiota. JM Guelbenzu .

¿No se acuerdan de ver por las casas aquellas fotos rancias en las que el señor aparecía con un uniforme, cual botones u ordenanza, y la dama emperifollada? No preguntabas de qué película muda habían sido protagonistas, por cortesía, y al final acababas sabiendo que aquel uniforme era de la guerra de Cuba y no del que ayuda con las maletas en los hoteles. Las imágenes juegan malas pasadas y disfrutabas cotilleando.

Enseñar los álbumes de fotos fue siempre tradición de las visitas, revelar carretes era caro, allí se pegaba todo, hasta aquella foto con el gracioso poniendo los cuernos, o la otra en la que se pilla a aquel señor del que nadie se acuerda asaeteando con la mirada un escote que no es de su libro de familia. La tortura de las diapositivas de los viajes fue breve y allí la censura era bastante fácil, pero siempre salías haciéndoles un traje a los anfitriones sobre su mal gusto o el cutrerío de la mostra.

Con el super-8 y el video doméstico pudieron verse escenas, planos-secuencia en las que se colaron indiscreciones que nadie quiso recordar.

Llegó el apagón analógico para dar paso al mundo digital al alcance de la mayoría, de precios asequibles, de calidad para todos los bolsillos y, sobre todo, tan portátil como que se lleva en el teléfono y de tan fácil distribución con el botoncito de internet.

La tecnología parece que nos hace más libres, pero también más vulnerables, aquellas sobremesas eran los facebook y demás hierbas de hoy. Un amigo de la adolescencia tiene una foto mía en pijama y aún no me la ha devuelto, qué vergüenza si la enseña por ahí adelante. El equilibrio entre la libertad y el sigilo, entre el derecho a la información y la protección de los datos personales es imprescindible desde mucho antes de 1984 y desde que la tele airee descoques poligoneros.

Seguramente fue el Watergate el primero que nos despertó alertas sobre los peligros, el affaire de Clinton nos los confirmó y Wikileaks puso la guinda. De todas formas los seguidores de las series americanas en las que los personajes son agentes de cualquier sopa de letras al servicio del presidente siempre sospechamos que la realidad supera a la ficción.

La buena señora concejala de ese pueblo de Toledo que apareció estos días en el mapa informativo es responsable de todos sus actos, pero tiene un problema: no es un señor concejal, si lo fuese lo sacarían a hombros. En segundo lugar, ningún mortal es dueño de los actos de esta señora, estén estos grabados en un teléfono o robados a escondidas y lo que es más grave, si esta señora no hubiese sido elegida por sus vecinos y fuese simplemente la vecina del 4ºb de su bloque, hubiese pasado desapercibida y no se transformaría en razón de Estado para que todo blas se sienta con derecho a opinar sobre su obligación de dimitir o no de su concejalía. Somos una pandilla de fariseos en un país de porteras y se nos van las energías en saber quién podría ser el destinatario del posado y si transcurren los hechos dentro de la legitimidad del matrimonio canónico o merecen el infierno. Está claro que hay lapidación, no la mataron a pedradas como los vecinos del sur, pero las cicatrices serán injustas y perennes.