Aunque el interesado se obstinaba en mantener la incógnita, como si estuviera deshojando la margarita hasta el último minuto o haciéndose de rogar, sus colaboradores más cercanos llevaban algún tiempo filtrando que Mario Conde había tomado la decisión de presentarse a las elecciones autonómicas del 21 de octubre como un ensayo general con vistas a su salto al escenario nacional. El resto de las fuerzas políticas gallegas, a un lado y a otro del espectro ideológico, lo daban por descontado desde hace tiempo.

Lo del sábado en el Pazo de Congresos de Santiago, donde hubo menos concurrencia de la esperada, se atuvo rigurosamente al guión previsto. El exbanquero se dirigió a un público en su mayoría entregado de antemano, y al que no defraudó, con un discurso peripatético, concienzudamente improvisado a la vez que perfectamente medido. En él presentó a su plataforma electoral, Sociedad Civil y Democracia (SCD), como la única alternativa real al actual sistema político y económico, causa última de todos los males que sufre España. No ofreció detalles programáticos, aunque quedó claro que su propuesta tiene como sustrato esencial el liberalismo puro y duro y una envoltura de tinte populista.

Conde niega que su precipitada concurrencia a las urnas gallegas responda al deseo de perjudicar al Partido Popular. Dice no presentarse contra nadie, sino a favor de los sectores sociales que demandan la primacía de la sociedad civil frente a una enfermiza partitocracia que, a su entender y al de mucha gente, funciona de espaldas a los intereses del ciudadano de a pie, sea empresario o asalariado. No ahorró, sin embargo, varias referencias a Feijóo, al que se enfrentará como candidato por la provincia de Pontevedra. Alguna sonó a pulla. A don Mario se le nota dolido por ciertas alusiones un tanto despectivas que le dedicó últimamente el presidente de la Xunta en diversas comparecencias televisivas en Madrid, incluida una cadena de la que el empresario tudense era tertuliano habitual.

Para un sector de los asistentes al "evento" de este fin de semana, el que acudió fundamentalmente por curiosidad, más o menos insana, la alocución de Conde tenía un tufo victimista, trufado de revanchismo, sobre todo hacia el poder judicial, al que acusa de haber sido partícipe de la conspiración que le desalojó de la presidencia de Banesto y dio con sus huesos en la cárcel. Más de uno de los que aparecen citados por la Prensa como destacados asistentes al acto de SCD dicen ahora haber acudido por mera simpatía personal o incluso por cercanía familiar, pero no quieren figurar como padrinos del proyecto llamado a disputar al PP una parte del electorado que, aun siendo mínima, podría ser decisiva para mantener o no el gobierno gallego.

En el cuartel general de los "populares" deben estar estudiando a estas horas cuál es la mejor estrategia para hacer frente a una situación novedosa. Porque por vez primera en mucho tiempo, en Galicia el Partido Popular tiene competencia "seria" por su derecha. No creen que los de Conde vayan a conseguir ni un solo escaño. Sin embargo, pueden arañar unos miles de votos que, con un resultado ajustado como el que es previsible, pueden valer su peso en oro. Por ahora se inclinan por ignorar a la nueva formación y no entrar a ninguno de sus trapos. Confían en que, sin que haya que decírselo abiertamente, el votante conservador caiga en la cuenta de que apoyar a SCD puede propiciar que, de rebote, se instale en San Caetano una coalición multipartidista de socialistas y nacionalistas, o, tal vez un gobierno del Pesedegá en minoría con apoyos externos del Benegá y sus escindidos. O sea, un cacao.