Aún no he podido ver la obra La lengua madre, del galardonado Juan José Millás, habitual colega en la página dos de este diario, que se representa en el teatro Bellas Artes de Madrid. Las críticas son elogiosas para Juan Diego, actor que soporta el peso de la representación al tratarse de un monólogo. No he visto la obra, pero sí he leído algunas referencias sobre las funciones, y en una de la reseñas descubro una perversión más que se ejerce sobre el lenguaje, usos pervertidos que la obra denuncia, pero achacable esta vez no tanto a los políticos como al sustrato social y al poso ideológico. En la referencia que leo, en un momento el actor se queja de que hay cosas en la Constitución que no se cumplen, y entrecomillado como si del original se tratase, habla del derecho a una vivienda digna, al trabajo. ¿Y qué hay del derecho a la vida -planteo yo al ver que no se cita-, que es un derecho primario y antecedente a todos los demás, relegado por el aborto, crimen disfrazado lingüísticamente como interrupción del embarazo? Hay quien prefiere que ciertas cosas ni se citen ni se recuerden. Pero otros no opinamos así.