Nací hace 76 años en la calle Vales Villamarín, donde viví con mis padres, Sabino y Carmen, y mis cinco hermanos, Manuela, Sabino, Lila, Pepe y Carmiña. Mi padre fue muy conocido en Os Castros y A Gaiteira por el sobrenombre de O betanceiro por haber nacido en esa localidad y por haber trabajado como ferroviario en las estaciones del Norte y San Cristóbal, donde fue guardafrenos, profesionales que controlaban los frenos de los trenes de mercancías desde una garita instalada en el último vagón del convoy.

Mi primer colegio fue el Sal Lence, en el que estuve hasta los siete años, tras lo que pasé al de la señorita Maruja en General Sanjurjo, donde estudié hasta los catorce años, edad a la que tuve que ponerme a trabajar para ayudar a mi familia, al igual que la mayoría de amigos de mi calle, entre quienes están Boliche, Paco el gafas, Chimingo, Peiró, Ramallo, Toñito, Julita, Choncha, Toñita y Teresa, la hermana de Kubalita, el electricista de la calle. Con todos ellos lo pasé muy bien a pesar de la penuria que pasamos en aquella época, ya que teníamos todo el tiempo del mundo y mucha imaginación para jugar en la calle, que estaba sin asfaltar, mientras que sus alrededores eran todo huertas.

Recuerdo que en invierno la calle se volvía intransitable por el barro, por lo que teníamos que usar zuecos de madera para estar allí. Nos íbamos a la carretera vieja a jugar al che, la billarda, las bolas y sobre todo a la pelota, que hacíamos con trapos y papeles, aprovechando un viejo calcetín. Como apenas había coches, solamente teníamos que estar pendientes del viejo tranvía Siboney cuando jugábamos allí.

Como muchos chavales y pandillas de la ciudad, para conseguir algo de dinero recorríamos el barrio o las vías del tren para buscar chatarra o zapatos viejos con suela de goma virgen, ya que se pagaba muy bien, puesto que por una de esas suelas se podía obtener hasta un patacón, con el que podíamos comprar bastantes caramelos o cacahuetes con los que pasar la tarde.

También solíamos bajar hasta la antigua vía del tren, que pasaba por la llamada cantera del Rincuncho, donde la Renfe tiraba la carbonilla y el carbón viejo para rellenar las trincheras del tendido, por lo que había trozos de carbón que llevábamos a casa para quemarlos en las cocinas bilbaínas junto con las piñas que recogíamos en los montes de la zona de Casablanca. Los que como yo teníamos en casa gallinas, conejos o algún cerdo, recogíamos hojas caídas de los árboles para abonar las huertas, en las que había que tener cuidado para que no robaran animales, ya que había mucha hambre.

Un recuerdo que tengo de aquellos años fue cuando empezaron a instalar las farolas en el barrio, ya que íbamos detrás de los trabajadores para intentar coger todos los recortes de cobre que les sobraban y venderlos junto con casquillos de bombillas en la ferranchina de Alfredo, en la calle Buenavista, o en la de Cuatro Caminos, al lado del café Delicias.

El primer cine al que asistí fue el Cuatro Caminos, donde vi la película de vaqueros Quemainan y su caballo Tarzán. Otra sala a la que acudí fue el Ideal Cinema, conocida como Gaiteira, donde se acompañaban las películas con la música de un piano que también tocaban durante la proyección del No-Do y en los descansos. Lo mejor de aquel cine era comprar en la dulcería de enfrente los famosos pasteles chantilly que vendían allí.

A partir de los doce años jugábamos a engancharnos en los tranvías cuando subían la cuesta de Os Castros para ir hasta Casablanca. Cuando empezamos a ir a los bailes lo hacíamos casi siempre andando hasta El Seijal e incluso hasta Sada y Betanzos, por lo que cuando volvíamos llegábamos justo para entrar a trabajar.

Mi primer empleo fue en el garaje Galicia, en General Sanjurjo, como aprendiz y chico de los recados, tras lo que pasé a la fábrica de barriles situada en la avenida de Chile, donde estuve tres años como tonelero. Luego estuve en los talleres Valiña Lavandeira en Perillo y terminé mi vida laboral como mecánico en las instalaciones de Finanzauto en Guísamo.

Me casé con la coruñesa Gelines Saavedra, a quien conocí en las fiestas del barrio, con la que tuve una hija llamada Almudena, que nos dio un nieto, Manuel. Desde los quince años jugué al fútbol en el Gaiteira y en el Atlético Los Castros, para después pasar al fútbol sala. Ahora, como jubilado, me reúno con mis viejos amigos para disfrutar de mi afición favorita, que es la pesca.