Los tres son datos altamente preocupantes. Según la Encuesta de Población Activa (EPA) del primer trimestre de 2014, Galicia está a un paso de los trescientos mil desempleados, el número de personas en activo baja del millón y son más de cien mil los hogares gallegos con todos sus miembros en paro. Entre tanto, en el conjunto de España se reduce levemente el porcentaje de parados, algo que no ocurría en este periodo desde hace nueve años. Se explica por el descenso de la población activa a causa de la emigración y del desencanto de quienes, tras sucesivos fracasos, renuncian a seguir buscando indefinidamente un puesto de trabajo.

La situación de los parados gallegos es crítica, si tenemos en cuenta que un cuarenta por ciento de ellos lleva más de dos años detrás de un empleo y un sesenta por ciento, más de doce meses. Ya quisieran esas familias pasar apuros, como la mayoría, para llegar a fin de mes; simplemente no llegan ni a la segunda semana. Menos mal que la mayoría tienen padres y abuelos que les echan una mano con sus pensiones. Por suerte, en este país la esperanza de vida no deja de incrementarse y el núcleo familiar sigue funcionando coma una red de apoyo intergeneracional. Y donde estaba perdiéndose, se ha recuperado la sana costumbre de cultivar el huerto de la aldea y la tradición de hacer la matanza. Es, en lo antropológico, si se quiere, nuestro verdadero hecho diferencial.

En San Caetano se agarran al clavo ardiendo de que la tasa de paro en Galicia, a pesar de todo, sigue aún casi tres puntos por debajo de la media nacional y confían en que los datos registrales del antiguo Inem correspondientes al mes de abril supondrán un cierto alivio por el efecto Semana Santa. Pero están preocupados por cuanto los técnicos del Gobierno gallego y los expertos afines vienen advirtiendo que la economía de Galicia, por sus peculiaridades, se comporta de una forma diferente a la estatal. Nos golpeó más tarde la crisis, incluso con menos virulencia, pero no saldremos antes ni al mismo ritmo que el resto de España, por mucho que Feijóo se empeñe en proclamar lo contrario.

El panorama no es tan negro como lo pintan los sindicatos gallegos, que aprovechan la coyuntura para llamar a una masiva participación en los actos de este Primero de Mayo. Sin embargo, van a más las familias que en los entornos urbanos requieren ayudas de las instituciones que atienden las situaciones de emergencia social. Entidades como Cáritas, Cruz Roja o las cocinas económicas están en muchos casos desbordadas por un aluvión de nuevos usuarios, que les cuesta atender con sus medios, por más que la solidaridad privada, de empresas y particulares, esté respondiendo muy por encima de lo esperado.

De lo que están seguros los gobernantes gallegos es que, aun con este ruinoso panorama económico, al PP no le irá mal del todo en las elecciones europeas del día 25. Porque los parados no usan su voto para castigar al que gobierna, aquí o en Madrid. Votan más o menos igual que los que tienen trabajo. El paro es concebido como un problema general, no particular. Es lo que se desprende de un interesante análisis que acaba de alumbrar la progresista Fundación Alternativas, después de estudiar la sociología electoral española de los últimos 35 años. Los desempleados, si acaso, se abstienen más que los activos. Quedarse en casa el día de las urnas sigue siendo, para algunos, la mejor forma de protestar o de mostrar el cabreo.