La lengua gallega está perdiendo hablantes a chorro. Por primera vez, incluso los más optimistas empiezan a temer por el futuro del gallego, hasta hora mayoritario pero que con el paso de tres o cuatro generaciones podría acabar convertido en un idioma residual. Así se desprende de un informe que acaba de publicar el Instituto Galego de Estatística (IGE) a partir de los resultados de su habitual encuesta sobre condiciones de vida de las familias gallegas. De entrada nadie discute la solvencia de los datos que arroja este estudio, a pesar de la vinculación del organismo que lo realiza con el Gobierno autonómico, del mismo modo que es general la coincidencia en asumir lo dramático del panorama que dibuja en cuanto a la pervivencia a largo plazo de la principal de las señas de identidad de este país. Sin la singularidad idiomática, Galicia pierde uno de los argumentos básicos que esgrime para defender en el ámbito sociopolítico su hecho diferencial.

El aspecto más preocupante que arroja la encuesta del IGE es que actualmente solo uno de cada cuatro niños de entre 5 y 14 años es gallego-hablante habitual. Por si eso fuera poco, dos de cada tres jóvenes de entre 15 y 29 años se expresan por norma general en castellano. La lengua gallega ya solo es mayoritaria entre la gente que supera la cincuentena, mientras que se acerca peligrosamente al cincuenta por ciento la proporción del global de los gallegos que reconoce que solo habla castellano, algo impensable hace dos o tres décadas, cuando, con la autonomía política, arrancaron las denominadas políticas de normalización lingüística, promovidas por las instituciones públicas a todos los niveles.

Llama la atención, por lo que lo que pueda tener de paradójica la situación, que aunque el gallego claramente pierde terreno, parece recuperar hablantes monolingües, esto es, individuos que manifiestan emplear solo y exclusivamente la lengua de Rosalía en cualquier circunstancia. Para algunos especialistas, ello vendría a ser la constatación del fracaso del intento institucional de fomentar el bilingüismo, más o menos cordial o armónico. Puede que se trate de una actitud consciente y hasta militante, aunque no necesariamente se traduzca en un compromiso político proclive al nacionalismo. Da la impresión de que hay más gallegos comprometidos con el idioma de sus ancestros que no consideran incongruente simpatizar con (o votar a) partidos de ámbito estatal, entre los que cabría incluir a la AGE de Beiras y Yolanda Díaz.

Quizá porque se divulgó la víspera de un puente festivo, los datos de la encuesta idiomática del IGE están provocando un debate político de bastante baja intensidad. Por ahora, se esgrimen los argumentos recurrentes de siempre. Para la Xunta, lo destacable es que cada vez hay más niños y jóvenes que saben leer y escribir correctamente en gallego gracias a un sistema educativo que, para el nacionalismo político y cultural, es el culpable de la desgalleguización de las nuevas generaciones, fruto, dicen, de la política "lingüicida" del PP de Feijóo. Lo que unos y otros se niegan a reconocer es que el dinero y el esfuerzo que los sucesivos gobernantes gallegos destinaron a la normalización lingüística, por suerte o por desgracia, según se mire, no han conseguido convencer a los habitantes de este país de que lo natural es que hablen "su" idioma o que expresarse en castellano es antinatural. Una cuestión de voluntad. Querer es poder, dice la sabiduría popular, pero no siempre el que puede quiere. Ese es el problema.