Los servicios ferroviarios de media y larga distancia pagan las consecuencias de la apuesta de los sucesivos ministros de Fomento por el AVE y las a veces mal llamadas cercanías. El tren convencional está sumido en un auténtico abandono, tanto desde el punto de vista del material rodante (locomotoras y vagones obsoletos o mal conservados) como de los horarios, paradas, atención al cliente, etc. Que se lo pregunten si no a los más de doscientos viajeros que la tarde del día 22 de diciembre tomaron en Barcelona el tren hotel nocturno con destino a Galicia y no llegaron a su destino hasta casi veinticuatro horas después, tras sufrir las consecuencias de dos averías consecutivas, frío, hambre y muchas otras incomodidades, además de un trato desconsiderado y de padecer la desinformación que tanta angustia añade a este tipo de situaciones.

La explicación de Renfe causó indignación a los sufridos pasajeros al aducir como causa de las incidencias las "adversas condiciones climatológicas", como si el frío extremo fuera algo excepcional o imprevisible en la meseta castellana en pleno invierno. Nadie niega que con cientos de trenes circulando por la geografía española resulta estadísticamente muy improbable que alguno de ellos no sufran en un momento dado algún percance. Otra cosa son los accidentes graves, con pérdida de vidas humanas. Esos son excepcionales, incluso en este tipo de convoyes antiguos, que carecen de las medidas de seguridad de los modernos, y transitan por trazados que apenas han mejorado desde su puesta en servicio, a mediados del siglo pasado.

Lo que llegó a soliviantar a algunos de estos sufridos usuarios del ferrocarril fue la pésima gestión de las averías. Comprobaron en su propia carne que la Renfe de hoy (y su primo hermano, el Administrador de la Infraestructura Ferroviaria, el Adif) tiene poco que ver con aquella Renfe de antes, que funcionaba en clave de servicio público esencial, dejando en segundo plano la rentabilidad. La cuenta de resultados es lo que mueve a las empresas privadas que son ahora las encargadas de algunas de ciertas funciones que antes asumía la compañía estatal, a la que también le exigen que cuadre ingresos y gastos. Está fuera de duda que la reacción no fue la adecuada, ni en tiempo ni en forma. Da toda la impresión de que nadie había previsto que la catenaria pudiera fallar hasta por dos veces en una gélida noche, en medio de la nada, en el corazón profundo de las provincias de Burgos y Palencia.

Y el caso es que, al parecer, algo similar había sucedido con este mismo tren no hace muchos meses, en verano. También fueron precisos transbordos en trenes y autobuses para que los pasajeros alcanzaran con horas de retraso su estación de destino. Las organizaciones de consumidores y usuarios registran frecuentes quejas en este orden en toda España, si bien parece que, por algún razón, son más frecuentes en trayectos de largo radio del mismo modo que se le da una respuesta tardía cuando suceden de madrugada, tal vez porque en ese tramo horario hay menos medios humanos y materiales disponibles.

Bien están las campañas orientadas a promover el uso del transporte colectivo en los entornos urbanos y en los desplazamientos donde haya alternativa al vehículo propio. Las sociedades más avanzadas apuestan prioritariamente por el tren y sobre todo por las redes ferroviarias que articulan el territorio, y no se limitan a conectar los extremos de un trazado. No podemos ni debemos descuidar el tren convencional, con sus paradas y enlaces, en aras del avance que supone la alta velocidad. Mandarlo a vía muerta acarrearía graves consecuencias sociales. La estrategia ha de ser complementaria, porque lo contrario supondría desatender las necesidades de amplias capas de la población, de la gente corriente, de esos sectores de jóvenes, y no tan jóvenes, que ni siquiera llegan a mileuristas y para quienes el AVE es un lujo casi inalcanzable y los billetes de avión, incluso los más baratos, están por las nubes.