No es la primera vez que José María Guelbenzu visita este folio, por sus análisis críticos, por sus novelas en general y por las dedicadas, en particular, a la juez Mariana de Marco. Vieja conocida, que abandona abogacía, matrimonio y residencia en Madrid para ejercer como juez saltando de destino de cuando en cuando; cambia de aspecto físico, conserva su afición al tabaco, a las novelas del XIX, al güisqui con hielo, sigue siendo poco interesada en la cocina, aunque no desprecie la buena gastronomía.

En esta ocasión nos encontramos con la séptima entrega nacida de una serie que apareció como divertimento con No acosen al asesino (2001), y nos había abandonado desde 2012 cuando apareció Muerte en primera clase para algunos un evidente homenaje a Agatha Cristhie. Hoy continúa con Nunca ayudes a una extraña (Destino 2014) y el autor nos promete tres entregas más, cerrar una decena como la de Martin Beeck, el inspector creado por Sjövall y Wahlöö entre los 60 y los 70, que nos ayudaron a conocer la Suecia que se escondía detrás de aquel supuesto modelo de bienestar socialdemócrata mientras estábamos sumergidos en la novela negra americana de Hammett, Chandler y, sobre todo, en Vázquez Montalbán, que fue nuestro punto y aparte.

Ahora Mariana de Marco ha de investigar el supuesto suicidio de Concepción Ares y lo que tras él se esconde; se ha descubierto su cadáver poco después de que el periodista Javier Goitía ayude a una mujer recién violada, momento en el que aparece el presunto agresor Francisco Llorente y ambos son detenidos.

Como siempre la investigación nos lleva a las catacumbas sociales de las orillas del Cantábrico que esconden secretos de varias buenas familias. La complicidad en la investigación del periodista involuntariamente implicado y voluntariamente atraído por la juez es contrapunto imprescindible.

Es un periodista de los de siempre, a la busca de nuevos horizontes tras su despido; de los que husmean el terreno cual sabuesos tras las pistas y desenredar la madeja.

Guelbenzu se esfuerza, como siempre, en que el lector descubra la trama huyendo de psicopatías y escenarios sanguinarios, tan frecuentes últimamente en el género, según él mismo "como refugio de autores mediocres" a los que no cita, pero de los que excluye lógicamente a Lorenzo Silva, Eugenio Fuentes o Manuel Vidal.

El propio autor confesa que su intención es alejar el ambiente de la crítica social, quizá imprescindible en otros momentos, para centrarse en mostrar "los mecanismos del poder", quizá no sea -para mí no lo es- una diferencia insalvable y los objetivos y contenidos de ambas ideas están más próximos de lo que el autor desea, ya que cuando se exploran las cloacas del poder, no queda más remedio que el lector extraiga conclusiones en las que la crítica social sale a la luz, aunque no se haga de la forma tan explícita como ocurría con los clásicos.