La frase Cualquier tiempo pasado fue mejor no es necesariamente verdad más que en lo que la vida tiene de experiencia de pérdida, pero sí demuestra la dificultad de los humanos para atrapar el instante y el tiempo presente, supuesto que ese sea el objetivo, y para vivirlo intensamente. La intensidad, la concentración precisa para vivir cada momento o cada día depende de las emociones que movilicen y las energías que movilicemos en nuestras ocupaciones, junto a las señales que en cada momento emita el cuerpo que lo experimente. Pero la intensidad del tiempo, como la de los equipos de fútbol, depende sobre todo de las ilusiones. Vivir se hace hacia delante y ese mecano que elaboramos con nuestros proyectos son las gasolina y, al mismo tiempo, la dirección hacia la que movemos nuestro presente. O sea, nos movemos con la gasolina de lo que tenemos que hacer por la mañana y queremos hacer por la tarde y los días venideros. Nuestra 95 es la necesidad y nuestra 98, mañana. Pero para intentar atrapar esporádicamente el tiempo presente, aparte de las fotos, nos falta la magdalena. Las que mojada en el café trae a la superficie, a la consciencia, los vívidos recuerdos del mejor pasado, a veces reciente, los detalles importantes o los aparentemente nimios pero grabados en la memoria por alguna razón emocional que sirve para alimentar nuestro presente y que Proust trata de descubrir mientras narra.