Oentretenimientos como describí el domingo pasado las actuaciones veraniegas de algunos gobernantes locales y autonómicos o de varios dirigentes de la oposición. Como estaba cantado, la ocurrencia del PSOE de denunciar al ministro del Interior por la posible comisión de un triple delito al reunirse con Rato ha quedado en una pérdida de tiempo. Esta semana Ciudadanos sugirió la supresión del Tribunal Constitucional y traspasar sus funciones al Tribunal Supremo. Podría haber sido como plantean pero ahora, convertido desde 1978 el TC en una pieza maestra de nuestro orden jurídico constitucional, no parece que la propuesta de Ciudadanos sea otra cosa que la ocurrencia de algún dirigente audaz pero simplificador que justifica la supresión del TC como un avance en pro de la independencia de la justicia, una de las apuestas principales del partido en su papel de oposición y, si cuadra, una vez llegue al gobierno. Da así por buena la afirmación de que la justicia constitucional es dependiente del poder y de los partidos que proponen a los magistrados. Una afirmación amarillista y demagógica que admite mil pruebas en contrario a nada que uno conozca la jurisprudencia del TC a lo largo de los años. A mí me pareció un disparate su sentencia reciente amparando la objeción de conciencia de un farmacéutico sevillano que se niega a tener en su oficina la píldora del día después y entiendo que hay magistrados que ante determinados asuntos interpretan la CE dando prevalencia a sus criterios morales y religiosos, pero mi discrepancia no me lleva a conclusiones drásticas sobre el tribunal. Ni a creerlo podrido o dependiente. Y mucho menos me lleva a sacralizar al Tribunal Supremo que acaba de pronunciarse, STS 3533/2015, Sala de lo Contencioso, en favor de una ciudadana que por imperativo de su confesión religiosa, adventista del séptimo día, no realizó un ejercicio en unas oposiciones al celebrarse en sábado pero que ahora puede conseguir una plaza, al cabo de cuatro años, gracias a una interpretación tan proteccionista de la libertad y la intransigencia religiosa que dinamita las exigencias del trato igual e imposibilita la actividad de la administración y la protección del interés general, del orden público democrático y del mismo sentido común. Un disparate, pero hay que repetirlo mil veces: esas son las reglas del juego. Cada juez del tribunal que sea tiene, a más de sus importantes conocimientos jurídicos, independencia de criterio y el conjunto de todos los jueces no es sino un reflejo de la sociedad y, en consecuencia, los hay de cien colores que, de un modo u otro, impregnan sus juicios. Así es en el Tribunal Supremo de Estados Unidos que ponen como modelo.

Lo que también es una ocurrencia pero muy grave porque tiene consecuencias evidentes al provenir de un gobernante en ejercicio es la de Tsipras, el líder de la eterna pero incomprensible sonrisa, que ahora se marcha y convoca elecciones. Un muy mal gobernante este griego iluminado y demagogo cuyo minuto de gloria ha durado meses y ha costado sufrimientos a los griegos y sudores y dinero a los europeos para nada. Que la democracia europea, tan deliberativa y buenista, se permita esos lujos es, a los ojos de las democracias de inspiración anglosajona, un sinsentido que lamentablemente entre nosotros tiene sus seguidores.