Tras el esperpéntico socialismo pajinista, pensé que aquella "niña" que Mariano Rajoy reivindicó en un debate electoral frente a José Luis Rodríguez Zapatero, era la imagen de una España necesaria y por tanto deseable.

Debo reconocer también que, aunque la prensa más indulgente con la levedad de los discursos políticos la tuvo por cursilería descomunal, yo quise oír en ella un eco regeneracionista.

Incluso, cuando poco después alcanzó la Presidencia del Gobierno, atribuí a su austeridad y desaliño una ascendencia krausista y en su manera de apearse de la bicicleta vi la sombra de un Federico de Castro, aun cuando no ignorase yo que si bien era Rajoy quien pedaleaba, en realidad seguía siendo Arriola el que gobernaba el manillar.

Más de una vez me pregunté después prudentemente si en un país tan raro como España, podría darse tal sensibilidad en la derecha y no me pareció que debiera descartarlo si resultaba mucho más llamativo que por aquí la izquierda hubiera dinamitado empeñadamente el sistema público de enseñanza, sin despeinarse y con el aplauso entusiasta y necio de los damnificados por el fraude social.

Pasaron unos cuantos años desde entonces y supe que Mariano Rajoy no era un institucionista y que, porque la recuperación de la que hablan obstinadamente las autoridades no alcanza por igual al beneficio empresarial y a los salarios, la familia de la "niña" aquella atraviesa aún momentos muy difíciles.

Acosada por la crisis, castigada por el desempleo, amenazada por el desahucio, hubo de ver la "niña" cómo su vida se iba precarizando progresivamente. Porque no todo va bien si no va bien para todos.

No creció, pues, ella en una sociedad justa y libre y abierta y próspera. No creció ella en una sociedad mejor si el Gobierno que permite a Rato ventilarse por la calle que él elija, no impide la prisión de Josefa Hernández.

No, no es ésta la mejor España, pero la responsabilidad alcanzaría también a la oposición, tantas veces adornada con los mismos vicios del gobierno y encomendada a liderazgos de cartón piedra erigidos sobre los escombros de Josep Borrell y de Antoni Asunción y de Nicolás Redondo, por una muchachada, ignara y despreocupada, que a veces pregunta "si Franco tuvo algo que ver con Pocholo".

No, no es una sociedad mejor aquella en la que el nacionalismo catalán -desvergonzado y trincón- prepara un golpe "supremacista" con todos los resortes de la Generalidad de Cataluña y el presidente del govern y el cap de l'oposició emboscados tras la amable soltura de un insigne instructor de lambada.

No, no es un país justo y libre y abierto y próspero aquel en que Artur Mas, como un empecinado gerente de pompas fúnebres, reinventa el negocio de la muerte y nos lo impone sin que nadie lo detenga. El mismísimo país donde ese friki ultracatólico que es Junqueras perora de continuo para mejorar el disparate; és evident, dice metiendo de continuo "el un ojo en el otro un poco".

No, no es mejor la sociedad española, entre otras cosas, porque entre LOGSES y LOMCES, los gobiernos extraviaron la escuela.

Una escuela que no alivia el ambiente funesto que devora la esperanza ni redime de "la invasión maligna que la persona recibe de la historia"

Por eso, sin duda, Germà Gordó, actual consejero de Justicia de la Generalidad de Cataluña, que prepara el golpe, ofrece piadosamente patria a aragoneses y baleares y valencianos. Acaso como Hitler se la ofreció también a polacos y checos y holandeses.