Se dice, querida Laila, que el otoño es la estación de la madurez y el tiempo de la cosecha, en el que se recoge aquello que se ha sembrado. Pues a ver cómo se nos da este año la recolección del otoño que comienza con la faena del 27 en Cataluña y acaba en diciembre con las generales. Siempre se desean abundantes las cosechas porque son imprescindibles para soportar mejor las rigideces del invierno, inexorablemente duro y más duro tras las esperanzas y promesas que casi siempre se frustran e incumplen. No parece que pinte nada bien la primera cosecha del otoño porque no está nada claro lo que hemos sembrado en realidad. Para Artur Mas y los que le siguen, las elecciones del 27-S son plebiscitarias y, en consecuencia, pretenden recoger el apoyo mayoritario para emprender desde ya la ruta de la secesión de Cataluña. Para el Gobierno, el PP, el PSOE y todos los contrarios a la independencia catalana estos comicios son meramente autonómicos y, en consecuencia, sus resultados, con la legalidad en la mano, nunca podrán ser instrumento para la secesión. Pero es Artur Mas quien convoca las elecciones y, desde la voluntad política suya y de los suyos, quiere otorgarles el carácter plebiscitario, muy conscientes de que cualquier proceso de secesión se produce generalmente forzando la legalidad vigente ya sea para cambiarla o para emanciparse de ella. Se trata, pues, de un órdago, de un evite o de un reto que se plantea claramente al Estado y a la legalidad vigente. Muchos piensan que nunca se debiera haber llegado hasta aquí y que solo cosecharemos, sea cual sea el resultado, un conflicto mayor y con muy problemática salida porque fueron las semillas de la incomprensión, del enfrentamiento e incluso de la necedad las que todos, es decir, las dos partes han esparcido sobre la tierra durante la siembra. Dando por reconocida la mala siembra de los independentistas, cabe señalar al tiempo la enorme torpeza del Gobierno que, negando el carácter plebiscitario para la independencia de la convocatoria, al mismo tiempo emprende una campaña diplomática internacional que coloca ese carácter plebiscitario en el centro del debate. Se buscó el pronunciamiento público y casi solemne de los principales mandatarios y se prestaron a ello. Merkel, Hollande, Cameron y hasta el mismísimo Barack Obama han hablado de la independencia de Cataluña. Falta el Santo Padre, como ha dicho el inefable García Albiol. Aunque eso ya es más difícil porque, como Albiol debería saber muy bien, nuestros nacionalismos han sido siempre muy de sacristía, incluido el nacionalismo español y excepción hecha del gallego, esencialmente laico. Con semejante despliegue diplomático, ¿es creíble el carácter meramente autonómico de las elecciones catalanas? Es más, ¿es creíble que Rajoy se lo crea? No deja de tener razón Artur Mas cuando señala con astucia que la movida diplomática de Rajoy le favorece, por cuanto coloca en la esfera internacional la demanda nacionalista de Cataluña, cosa que él no había conseguido nunca a pesar de sus esfuerzos.

Tampoco, querida, parece muy acertada y oportuna la iniciativa de Iceta de envolverse en una macro-bandera española, en plena campaña electoral, imitando a Pedro Sánchez en Madrid, sobre todo cuando, a pesar de tantos años de democracia, los españoles no hemos sabido limpiar a nuestros símbolos nacionales de sus viejas connotaciones nada edificantes. Mejor hubiera sido, quizá, que siguiera bailando.

Como ves, amiga mía, soy muy poco optimista sobre la cosecha que recogeremos el 27-S sea cual sea el resultado. Como tampoco lo soy con la recolección que consigamos a las puertas del invierno. Hemos sembrado demasiados vientos.

Un beso.