El problema viene siempre cuando unos cuantos manipuladores, como ahora en Cataluña, hacen creer a algunos que nada tienen que perder. Falso. Por poco que se tenga, siempre se puede perder más. Incluso cuando se ha perdido la esperanza, que es lo último que se pierde, aún se puede perder la vida, así que hay que resistir y conservarla. Todo, por muy mal que esté, es susceptible de empeorar. El que tiene un trabajo, un pequeño negocio, un alquiler, un jardín una amistad, claro que puede perderlo. Los revolucionarios de nómina, salón y subvención, tratan de embaucar a los crédulos con eslóganes infantiles y demagogia de garrafón, haciéndoles renunciar a toda esperanza que no sea la suya mientras se apresuran a tomar el té y el Estado para poder vivir de él. Y llegan agrandando las administraciones, blindando su falta de autoridad, llenando de inanidad las administraciones donde matan moscas con el rabo. Esto, que en la empresa privada puede transitoriamente suceder, la pública no se lo puede permitir. Claro que hacen falta valor y fórmulas, pero nuestra Administración tiene que cambiar su esqueleto de dinosaurio por uno de acordeón. Y si la actividad de un ciclo es la décima parte del anterior urge, sin merma de derechos, adecuar su proporción. Toda administración debe servir al ciudadano y no ser llevada a lomos por él. Por eso hay que prohibir ya colocar a políticos desplazados en puestos multiplicados de libre designación. Claro que en Cataluña tenemos todos mucho que perder. Sin duda el que más Mas, pero el bandolero después de subir a su caballo Independencia como Nerón a Incitatus para huir del tanto por ciento, primero ha incendiado la nación y luego pretende robarnos el santo grial, la patria y la Constitución. España no paga traidores.