Es el primer paso en el plan que Besteiro trazó con sus colaboradores para lograr la plena rehabilitación política de aquí a la primavera del año que viene. El Pesedegá recuperará en pocos días el gobierno de la Diputación de Lugo, que vuelve a compartir con el Benegá una vez cerrado el acuerdo en el que ambas formaciones venían trabajando casi desde el mismo día en que, por sorpresa, fue elegida presidenta la popular Elena Candia. Aquel esperpéntico contratiempo debilitó el de por sí precario liderazgo de don Xosé Ramón, que fue vetado por Ferraz como senador autonómico poco después de recibir el duro rejonazo de ser imputado por la jueza Pilar de Lara en un caso de presunta corrupción, con origen en su etapa como concejal de urbanismo y mano derecha del entonces alcalde lugués López Orozco.

En realidad, detrás de la moción de censura que se debatirá el día 8 de octubre no hay un acuerdo, sino dos. El pacto de los socialistas con los nacionalistas para reeditar el reparto de áreas de gestión de la anterior legislatura no serviría de nada de no haber convencido sus compañeros de partido al tozudo y díscolo alcalde de Becerreá, Manuel Marínez, para que dé su brazo a torcer y, esta vez sí, apoye a su homólogo en A Pontenova. A ver si a la segunda Darío Campos logra sentarse en la silla que durante ocho años ocupó Besteiro, su mentor. Si lo consigue, ya sabe que, amén de torearlo, tendrá que pagar el peaje de conceder a Martínez lo que exigió: tener protagonismo y al parecer seguir siendo el responsable de vías y obras.

El Benegá nunca dio por perdida la posibilidad de recuperar la vara de mando del Pazo de San Marcos. Estaba tan o más interesado que el PSOE en remover a Elena Candia cuanto antes. Por ellos no iba a quedar, siempre y cuando el Pesedegá arreglase su guirigay interno y pusiera sobre la mesa un candidato a presidente limpio, libre de imputaciones, por nimias que fueran. Al único que no aceptarían en ningún caso sería al ínclito Martínez, aunque lograra ser desimputado, porque lo cierto es que nunca les pareció el nombre adecuado, seguramente tanto por su talante personal y sus modales políticos como por la desconfianza que infundían algunos antecedentes de sus relaciones con los nacionalistas.

Al anunciar la moción de censura, desde el Benegá dejaron bien claro que en Lugo se aplicará el programa marco que pactaron con los socialistas para las diputaciones de A Coruña y Pontevedra. Se trata de un modelo similar, mutatis mutandis, al que en su día se implantó en la Xunta con el bipartito. Funcionarán en base a áreas de gobierno autónomas repartidas entre unos y otros, sin injerencias, y a partir de criterios que ya estaban establecidos en junio, cuando se malogró la primera investidura de Darío Campos. Un sistema no muy distinto del que se empleaba en los mandatos de Besteiro y que apenas registró disfunciones relevantes.

Lo que nadie teme ahora es que el día D pueda producirse otro martinazo o algo similar. Las cúpulas de PSOE y Bloque dicen tenerlo todo atado y bien atado. Ni siquiera el PP alberga esa esperanza. La propia Candia, que estaba al tanto de lo que se cocía, fue la primera en asumir con cierta elegancia y sin aspavientos su inminente destitución. Está satisfecha del trabajo de su equipo y a la vez convencida de que buena parte del electorado lugués, en cuanto tenga ocasión, castigará en las urnas la maniobra, porque no dio tiempo material a que haya motivos de censura a su gestión y los propios censuradores son los culpables, por sus cuitas internas, de que pasara lo que pasó, de hacer y deshacer un entuerto que dañó los intereses de toda una provincia.