Beiras es ya prácticamente el único que dice seguir creyendo en la gran marea gallega para las elecciones del 20 de diciembre. Entre los principales protagonistas de este engorroso e interminable proceso hace tiempo que cundió el desánimo. Son muy pocos los que, a estas alturas de la película, se aferran a la esperanza de que todavía es posible evitar que el nacionalismo y el rupturismo concurran en al menos dos listas. Otros hay que en el fondo nunca consideraron viable un acuerdo entre culturas ideológicas y partidistas que competían de antiguo por una misma clientela electoral y llegaron a hacerse la guerra con una crueldad mayor que la que empleaban contra la derecha tradicionalmente hegemónica en Galicia. Esos son los que piensan que ya no hay nada que hacer, pero que tampoco pasa nada grave, porque en realidad no hay tanto en juego.

Un nutrido grupo de intelectuales y personajes de la cultura lanza un mensaje a la desesperada reclamando que las partes vuelvan a sentarse a la mesa para seguir trabajando en la candidatura de confluencia hasta el último minuto, porque en su opinión, nadie tiene derecho a malograr la esperanza de mucha gente de a pie que, desde la izquierda real, quiere para este país un papel protagonista en la que ya se da en llamar la segunda transición. Este grupo de gente confía en que su predicamento o su autoridad moral venzan las reticencias de quienes manejan las cúpulas de los principales grupos políticos implicados y que retomen el diálogo y no den por rota la baraja.

Pese a las buenas intenciones que lo alientan, tal llamamiento a la concordia parece condenado al fracaso visto que cada una de las dos patas que deberían constituir el frente común sigue a lo suyo, trabajando en el día a día con la hipótesis de que no habrá acuerdo. De ahí que avancen por su cuenta en el camino que lleva a búsqueda de una marca y un eslogan a la elección de candidatos, redacción del programa electoral, diseño de la campaña, etc. Porque el tiempo vuela y los plazos se acortan. Estamos a menos de dos meses de la cita con las urnas. El próximo lunes, con la disolución de las Cortes, se inicia una cuenta atrás inexorable.

En el Benegá Vence hizo todo lo que estuvo de su mano para convencer a los nacionalistas que en su día dejaron la "casa común" de que esta era una buena ocasión para unir fuerzas de cara a conseguir un grupo parlamentario propio y autónomo en el Congreso de los diputados y de poner las primeras piedras de cara a un frente común

del nacionalismo rupturista en las autonómicas de 2016. El actual portavoz de los frentistas y sus afines tampoco hacían ascos a una marea gallega, con Esquerda Unida, pero sin Podemos, lo que vendría a ser la suma de lo que hoy son AGE y el Bloque en O Hórreo. Sin embargo, la Upegá, como siempre, impuso su poder orgánico defendiendo la idea de concurrir en solitario o con independientes, pero nunca con formaciones de estructira estatal, aunque eso suponga asumir, como dijo el alcalde de Pontevedra, Fernández Lores, que somos los que somos y damos para lo que damos.

Salvo milagro o sorpresa mayúscula, este viernes se escenifica el último acto de una auténtica comedia de enredo, en la complejidad de cuya trama mucha gente del común se perdió hace tiempo. Será probablemente en ese encuentro -o desencuentro- cuando se firme el acta de defunción del frustrado proyecto unitario. A partir de ahí, y durante unos días, asistiremos al consabido intercambio de reproches de unos contra otros o de todos contra todos. Desde luego, es impensable que alguien a título individual o colectivo asuma la responsabilidad, aunque sea parcial, del fiasco. La autocrítica bien entendida empieza por echar la culpa a los demás. En este tipo de asuntos, la izquierda no se distingue mucho que digamos de la derecha, ni la nueva política de la vieja.