Siguen las celebraciones correspondientes a esta Navidad y Año Nuevo. Tal y como apuntábamos en la última columna, las uvas ya están tomadas al ritmo de las campanadas de la Puerta del Sol, y el calendario ha consumido la última hoja de diciembre. Es 2016, y estas mismas letras reposan ya en una carpeta del disco duro correspondiente a este nuevo conjunto de doce meses. Solo falta que se presenten, una vez más en nuestras vidas, en unos días, los Magos de Oriente. Todo fluye...

Y, como siempre en este tiempo de Navidad, muchas y variadas iniciativas de interés y corte social, en un período en el que estas proliferan y se multiplican respecto a otras épocas del año. Un terreno en el que la experiencia me dice que se ha de ir con cuidado, pues la frontera entre la apuesta por la solidaridad con los demás y la búsqueda de la justicia social -por un lado- y la mera pantomima, por otro, es difusa y no siempre está clara.

Y digo esto al conocer, por ejemplo, la iniciativa de la Presidenta del Parlamento de La Rioja, Ana Lourdes González, que ha planteado recoger, en tal sede parlamentaria, alimentos no perecederos para familias necesitadas, haciéndose la foto depositando ella misma su propia contribución. Todo un esperpento, desde mi punto de vista, que hoy merece mi comentario en esta columna, con ánimo de seguir contribuyendo al hecho de trazar una hoja de ruta verdaderamente orientada a la búsqueda de una sociedad más justa y con oportunidades más igualitarias.

¿Por qué digo esto? Pues porque la pobreza, coincidiendo con lo manifestado por la Asociación Estatal de Directoras y Gerentes de Servicios Sociales, es consecuencia de una sociedad injusta, y si hay un sitio emblemático donde las leyes y las decisiones políticas han de dimanar con la idea clara de combatir la tendencia creciente a la inequidad hoy en España, es el conjunto de sus sedes parlamentarias. El simple acto de llevar a un Parlamento tal carácter benéfico es renunciar, de una u otra manera, a una sociedad más justa. Y el gastar la más mínima energía en ese gesto implica desvirtuar el esfuerzo legislativo por edificar otra sociedad. Si hay un lugar donde esto no toca, es precisamente este.

Más en general, me he pronunciado más veces diciendo que hay que tener cuidado con los comedores sociales y las entregas de alimentos. No digo que no sean necesarios, y yo mismo he estado embarcado en la puesta en marcha de diferentes iniciativas de esta índole, desde distintas organizaciones de la sociedad civil. Pero esto hay que saber modularlo, y la creación de guetos nunca es la respuesta a una situación de necesidad de las personas. El país sigue en un momento crítico, en el que muchas personas sufren no por casualidad, sino por una forma poco inclusiva de entender la sociedad, auspiciada desde poderes concretos con intereses reales. Y con algunas cajas de alimentos y segregando a las personas para que puedan comer, no arreglamos nada. Estas iniciativas son legítimas cuando se articulan desde la sociedad civil, como una especie de contraposición "de facto" a lo que podría articular el Estado y no hace. Pero que las propias instituciones del Estado renuncien a su papel de transformar la sociedad desde la política, y se apunten a una mera recogida de alimentos, es sintomático.

Las personas tienen que tener la capacidad de crear valor para generar su propio bienestar. En algunos casos, siempre, esto no se podrá dar y la sociedad civil y los instrumentos oficiales de atención social les ayudarán. Pero de ahí a un nuevo paradigma, donde un enorme plantel de instituciones del Estado sigue existiendo -duplicadas, ineficientes y excesivamente costosas- y su afán por cambiar la sociedad se concreta en herramientas como la descrita, hay toda una senda que yo no caminaría... Sé que es un tema polémico, y que hay personas que pensarán de otra manera. Sin embargo, aún hablando desde lo social y creyendo de forma firme en las iniciativas solidarias, en las que participo, he participado y de las que hablo con frecuencia en esta columna, entiendo que hay puertas que las instituciones no deben traspasar. Y, para mí, esta es una de ellas. Un Parlamento tiene que tener la enorme ambición de legislar por una sociedad mejor. Y esto es incompatible con la práctica, por su parte, de mera beneficencia.