Tan avispado y oportuno como siempre, Pedro Puy Fraga, el portavoz del PP en el Parlamento gallego, ha vuelto a poner el dedo en la llaga. En una entrevista en la cadena SER advierte de los riesgos de olvidar que el modelo autonómico sufre de un tiempo a esta parte un doble asedio. Lo ponen en solfa los movimientos soberanistas e independentistas, pero también y al mismo tiempo se registra una fuerte pulsión recentralizadora alimentada por grupos políticos de nuevo cuño, principalmente -aunque no solo- Ciudadanos, así como por ciertos poderes fácticos y por determinados sectores de la opinión publicada de la Villa y Corte.

El denominado Estado de las Autonomías, como bien recuerda Puy, fue en su día una solución de compromiso que, en aras del consenso constitucional, acabaron aceptando, porque no les quedaba otra, tanto las fuerzas independendistas o federalistas como las contrarias a cualquier fórmula de descentralización. Ni tuya ni mía. Aquella vino a ser una salida por la calle de en medio, que no contentó a casi nadie. Sin embargo, fue todo un éxito político, según llegó a afirmar no hace mucho Núñez Feijóo. Funcionó de una forma más o menos satisfactoria durante más de tres décadas, si bien los nacionalismos catalán, sobre todo, y vasco, territorialmente hegemónicos o en posición de fuerza, siempre que tuvieron ocasión trataron de superar los marcos legales que constreñían sus aspiraciones a un poder propio.

En opinión del sobrino de Fraga, la Galicia gobernada por el Pepedegá y el PP como gran partido nacional deben seguir apostando por la España autonómica frente a quienes, en un eventual nuevo proceso constituyente, defienden replantearse el régimen que dividió el Estado español en diecisiete comunidades, a las que los sucesivos gobiernos centrales de turno, encabezados socialistas y populares, fueron dotando de un creciente y generalizado grado de autogobierno, en un proceso que se dio en llamar "café para todos". El objetivo de ese proceso era precisamente diluir las ansias nacionalistas, dado que no era posible atender sus pretensiones de máximos sin romper la unidad nacional.

En eso consiste la auténtica tercera vía, en la propuesta de Galicia: hay que culminar el desarrollo del régimen autonómico. Porque en realidad todavía no acabó de desplegar todas sus potencialidades, por falta de verdadero interés de unos y de otros. En aquellos tiempos no tan lejanos de la vieja política y del bipartidismo imperfecto, a nadie parecía convenirle establecer nítidamente una meta final que supusiera fijar un mapa competencial más o menos inamovible, ya que daría al traste con el mercadeo político, el toma y daca, entre los grupos nacionalistas y el partido ganador de unas elecciones generales cuando no obtenía mayoría suficiente para gobernar a su aire. Ahora, con el nuevo escenario multipartidista, puede ser el momento de abordar ese desajuste.

Visto con perspectiva, resulta que el Estado de las Autonomías ya casi no tiene quien lo defienda como tal. No solo Puy, otros dirigentes populares gallegos y de otras comunidades reclaman de su partido que abandere la defensa del modelo al que tantos detractores le han salido últimamente, y que busque aliados en partidos regionales y regionalistas para plantar cara a quienes nunca llegaron a entender que, en la España actual, diversidad e integración no son conceptos contradictorios. O no deben serlo.