Queridos hijos: aquellos que superamos el medio siglo de existencia hemos vivido situaciones históricas seguramente irrepetibles. Podemos considerarnos hijos de una dictadura, padres de una democracia y mucho me temo que abuelos de una desfeita. En la dictadura en la que nacimos fuimos educados en unos principios y valores propios de la época y de las circunstancias pero como niños que éramos no valorábamos la falta de libertades y quizá por ello crecimos felices jugando en las calles en donde encontrábamos a nuestros amigos y nuestras vidas se desarrollaban bajo el orden y la paz social que las circunstancias políticas imponían, ajenos a otras realidades de las que, de haber sido conscientes, hubieran trastocado nuestra ingenua percepción de la realidad. Lo cierto es que la dictadura se acabó en el mismo momento que el general Franco falleció, por enfermedad, en la cama de un hospital. Fuimos por tanto hijos de aquel sistema que acabó el 20 de noviembre de 1975 fecha en la que nos convertimos, de la noche al día, en padres de un tiempo nuevo y arquitectos de una transición que nos llevaría a la democracia, a un mundo de libertades en el que el futuro estaba en nuestras manos. Era el tiempo del consenso, del acuerdo, del diálogo. Vencedores y vencidos tenían, necesariamente, que ponerse de acuerdo para superar los traumas de una contienda civil que sucedió hace más de 75 años y que dimos por superada con el alumbramiento de la Constitución del 78. Políticos con enormes diferencias ideológicas superaron odios y rencores para garantizar un tiempo de paz y libertad que los españoles se habían ganado a pulso por su grandeza y generosidad. Entonces personajes como Manuel Fraga y Santiago Carrillo o Adolfo Suárez y Felipe González o Solé Tura y Miguel Roca tuvieron la altura de miras suficiente para asumir renuncias en la búsqueda del bien común. El consenso facilitó un texto constitucional que nos dio y aún nos da el tiempo de paz en democracia más largo de nuestra historia. El interés general estuvo entonces muy por encima de intereses personales o partidistas y este fue, sin duda, el secreto del éxito. Los españoles nos sentimos orgullosos y protagonistas de aquel proceso cuya fuerza fue tal que superó serios inconvenientes que en el camino surgieron. Así creímos que le dejaríamos a nuestros hijos, a vosotros, un mundo mejor del que habíamos recibido. Quizá nos equivocamos. Hoy casi 40 años después del nacimiento de aquella Constitución de concordia tengo que reconocer que no aprendimos, adecuadamente, la lección de lo vivido. Algunos irresponsables parecen querer enterrar estos 40 años de democracia para, desde el rencor impostado, romper todos los puentes y cambiar el consenso por la incomunicación. De los políticos de Estado de la década de los 70 hemos pasado a los políticos mediocres. De los que encontraban soluciones a los que buscan confrontación. Pedro no quiere hablar con Mariano. Pablo quiere hablar con Pedro si este no habla con Albert y Albert no quiere hablar con Pablo pero tampoco con Mariano y este ha dilapidado una enorme mayoría absoluta sin hablar con nadie. El asunto, que parece un sainete, es tremendamente serio y nos convierte a los de nuestra generación en abuelos de un momento de incertidumbres, temores e inseguridades que lejos de haceros más felices va a complicar, todavía más, vuestro futuro. Ahora es vuestro tiempo. Tomad nota de lo que hicimos bien y corregidnos en nuestros errores porque estoy convencido de que sois mejores que nosotros y de que tenéis derecho a que nadie arruine vuestro futuro.