Nuevo único e irrepetible día del mes de junio, en el que aquí seguimos invocando a la siempre mágica capacidad de comunicarnos, un ejercicio siempre excelente para crecer en criterio y capacidad de conformar una sociedad con muchos más matices. Un discurrir del tiempo en el que, por cierto, cada vez se acerca más el solsticio de verano y una nueva edición de la canícula. Ahí estamos, para seguir disfrutando de su compañía a través de las amables páginas de este diario.

Y lo que se acerca también cada vez más es esta segunda edición programada de las elecciones generales, fracasado el intento de plasmar en un ejecutivo el primer resultado de la voz del pueblo, en un momento en el que ya se ha dado el pistoletazo de salida a la campaña electoral. Quizá, con la anterior, la campaña electoral más mediática, virtual y viral de todas aquellas que hemos conocido, donde el "donde dije digo digo Diego" y la práctica de la orwelliana intrahistoria se comerán un ejercicio propositivo real, leal y orientado a los verdaderos problemas, inquietudes, retos e intereses de la ciudadanía.

Y, en medio de todo, actores extemporáneos o francamente descolocados, que lían más el resultado final y contribuyen a desdibujar más cuál es el panorama real del país. Hablemos de uno de ellos, cuya praxis por acción y por omisión a mí me llama poderosamente la atención. Se trata del Banco de España. Una institución cuyas recientes declaraciones favorables al abaratamiento del despido y la subida del IVA no dejan de ser, a la vez que sorprendentes, notorias.

¿Por qué?, y aquí entro en materia... Pues miren, porque el papel reservado para el Banco de España como institución es, entre otros y muy fundamentalmente, el de organismo regulador de la acción de los bancos. Seguramente una de las asignaturas peor llevadas y más pendientes en nuestra historia reciente y no tan reciente, y no seguramente por falta de criterio técnico o de capacidad. Verdaderos desmanes han sido cometidos en este ámbito económico -según ha sido probado por diferentes sentencias condenatorias- y otros constan todavía como presuntos, pero no por ello menos escandalosos, en diferentes etapas de tramitación. Con todo, el Banco de España o no supo, o no quiso o no pudo realizar su encomienda, y se dedicó, imagino, a mirar para otro lado. Y de esos mimbres nacieron algunos de los problemas reales de la ciudadanía y, por ende, del conjunto de nuestra sociedad.

Pero hete aquí que, con los deberes sin cumplir y la casa sin barrer, el Banco de España se mete ahora en política. Opina cual partido político u opción ideológica a partir de su probada capacidad de estudio, que sin embargo no ha aplicado a la harina donde tenía que verdaderamente haberse metido. Y lo hace desde una óptica muy concreta, nada neutra, que implica al menos tomar cierto partido en una contienda en la que las instituciones de todas y todos deberían ser asépticas y técnicas. Sí, ya sé que este es un país donde todos somos un poco opinadores -mírenme a mí, sin ir más lejos- pero eso ha de ser reservado para las personas, y jamás para las instituciones a los que no les toca esa labor en democracia. Es como si el Ejército o el CNI, salvando las distancias, opinasen ahora como institución -algo que jamás harán- sobre las transferencias sociales, o sobre algún aspecto de la economía. Cada cual es cada cual, y tiene sus ideas, pero estas, de las personas, no pueden permear a instituciones públicas cuya misión es otra, tomando posturas concretas en debates abiertos supeditados al que debería ser noble ejercicio de la política.

Así las cosas, las declaraciones dimanadas del Banco de España, que no son técnicas sino que optan por un modelo concreto de sociedad, han levantado ampollas. No me extraña, por tres razones. Una, por improcedentes. Otra, porque a veces uno debe optar por cierta moderación en su verborrea, cuando ha soslayado de milagro -aún está por ver- su responsabilidad en lo que ha salido mal y no tiene demasiados argumentos ni legitimidad para pontificar... Y otra más, porque no sé si es cómico o verdaderamente lacerante que alguien hable de abaratar el despido hoy en nuestro país desde un muelle sillón cuasiperpetuo, en el limbo de una órbita absolutamente desgajada de la realidad... Y esto, sobre todo, cuando lo que preconiza para los demás no lo aplica en horma propia, y a la historia reciente me remito en materia de pago de despidos -reales o no- para algunos de sus directivos de los últimos tiempos...