Es imposible que cualquier niño nacido en la década de los 60 no haya escuchado y leído, mil veces, el cuento de los 3 cerditos. El relato describía las distintas actitudes de 3 gorrinos hermanos que se enfrentaban a la construcción de su vivienda con distintas filosofías. Uno, el más trabajador y responsable, realizaba una sólida edificación previniendo las adversidades meteorológicas y, naturalmente, tuvo que dedicar mucho tiempo a la construcción de su hogar. El segundo construyó a tiempo parcial dedicando más tiempo al ocio y al juego que a su vivienda y el tercero, sin duda el más frívolo, solucionó su problema habitacional con cuatro palos y unas ramas que no lo protegían absolutamente de nada. No pasó mucho tiempo para que los dos hermanos menos cuidadosos fueran a buscar refugio a la sólida casa del hermano que había dedicado más tiempo y esfuerzo a la construcción de su cobijo, en el que invirtió todos sus ahorros mientras sus hermanos los dedicaron a la dolce vita. Con la filosofía fiscal que hoy tenemos en España curiosamente el más cuidadoso y responsable de los tres hermanos se vería penalizado por ese injusto impuesto sobre el Patrimonio. Hace unos días el ex ministro socialista Miguel Sebastián visitó nuestra ciudad para pronunciar una conferencia organizada por Diálogos para el desarrollo y en el transcurso de la misma dijo literalmente: "El impuesto de Patrimonio es injusto y desincentiva el ahorro". Conocí personalmente a Miguel Sebastián hace unos meses en Madrid tras otra conferencia que pronunció en el Colegio Mayor Mendel durante la que presentó su último libro La falsa bonanza que describe con un espíritu crítico admirable los inicios de la crisis y algunos errores de los gobiernos de España incluido el Gobierno del que él mismo formaba parte. Para que los ciudadanos asuman conciencia de contribuyentes la presión fiscal ha de ser justa y cada uno debe pagar de acuerdo a lo que gana pero nunca a lo que ahorra. Para explicarme mejor permítanme un ejemplo muy gráfico que el propio exministro me explicó en aquel encuentro: dos personas que ganan lo mismo. Las dos pagan sus impuestos y con lo que les queda uno lo gasta y otro lo ahorra. Ponerle a este segundo un nuevo impuesto sobre ese capital ahorrado es injusto y supone una invitación a que no ahorre. Un dislate. Esto es el impuesto sobre el Patrimonio con el que la voracidad fiscal de los gobiernos castiga a los contribuyentes responsables. Es decir, los dos cerditos más fiesteros debieron de reírse a carcajadas de su hermano que, con esfuerzo y sufrimiento, construyó la vivienda que finalmente les sirvió de cobijo a ellos mismos. Y esto no es un cuento es la vida real por inaudito que parezca. Los responsables políticos pasan de puntillas sobre tan magna injusticia. Lamentablemente hay mucho asilvestrado gobernante que confunde Patrimonio con grandes fortunas y esto es falso. Cualquier español que tenga una vivienda o dos tiene Patrimonio y lo consiguió ahorrando e invirtiendo los dineros que le quedaban después de pagar sus impuestos. Pero en estos tiempos nuestros políticos no parecen tener tiempo ni interés para gobernar con justicia y dedican sus esfuerzos a lanzar proclamas que creen que son las que quiere escuchar la ciudadanía. Cuidado porque es también Patrimonio esas cuentas de ahorro en las que todos vamos metiendo esos euros que, con sacrificio, conseguimos no gastar todos los meses. La inmensa mayoría de las familias han podido sobrellevar, mejor o peor, esta dura crisis apoyándose en sus ahorros, en los de sus padres y sus abuelos y sin ese esfuerzo ahorrativo de las familias la crueldad de la crisis se hubiera multiplicado exponencialmente. De hecho hoy en día y tras haber consumido todos los ahorros familiares son miles las personas que tienen que recurrir a subsidios del Estado para poder sobrevivir. Un país que no incentive el ahorro está condenado a sufrir y si nuestros jóvenes asumen que deben gastar antes que ahorrar les auguro un difícil futuro. Es una elección importante entre frivolidad y responsabilidad, o sea entre que su casa se la lleve el viento o Hacienda. Lo dicho, un dislate.