Si hubiese que poner una fecha fija para las elecciones como hacen en los EEUU con las presidenciales, no sería mal día, querida Laila, optar por el primer domingo después de la noche de San Juan. Desde luego en Galicia la cosa encajaría muy bien. Piensa en lo que tiene esta noche de mágico, de purificador, de destrucción de lo viejo y caduco y de abrazo con lo nuevo y renovador; lo que tiene de dar fuerza al sol, precisamente en el día en que la luz comienza a mermar caminando hacia la noche más larga. Esta celebración del solsticio nos viene de nuestros más nobles ancestros y, aunque colonizada por el rígido monoteísmo, tiene su origen en nuestro primigenio politeísmo, al que las primeras sectas cristianas denominaron con desdén paganismo. Sin embargo, eran los tiempos en que creábamos los dioses a nuestra imagen y semejanza, según nuestras necesidades, y, en consecuencia, eran más razonables. Luego, cuando se revela un dios único y exclusivo, son los seres humanos los pretenciosamente creados a imagen y semejanza de Dios, en esta ocasión sí, por encima de nuestras posibilidades, usurpando el centro de la creación, desgraciadamente para acabar con ella si el mismo Dios no lo remedia. La noche de San Juan sería una excelente jornada de reflexión. De verdadera reflexión: esa que empieza por uno mismo y tiende a quemar lo viejo para renovarse y así no morir.

Hoy reflexionamos con la resaca de la noche de San Juan, pero también con la resaca del Brexit que tanto inquieta a aquellos ciudadanos conscientes del inmenso valor, para el bienestar de las mayorías, de una unidad y de unas instituciones políticas europeas construidas, por primera vez, no por la vía de la conquista violenta, Casino por el camino del acuerdo libre y democrático. El Brexit es el resultado de esas ideologías y de esas políticas que siempre han concebido Europa como un gran mercado fundamentalmente, cuanto más salvaje mejor, desregulado y lo menos condicionado posible por la voluntad democrática de los ciudadanos, que son vistos como meros consumidores o como fuerza de trabajo también sometida al mercado y al mercadeo. Son los mismos que ahora pactan en la clandestinidad el nuevo acuerdo de mercado con los EEUU. Son los mismos que han mantenido su hegemonía política durante los últimos años en la UE alternándose en el poder: los que aquí tratan de mantener a toda costa el viejo y gastado esquema bipartidista.

No nos engañemos, la salida del Reino Unido de la UE no va a debilitar a los mercachifles que seguirán pactando y compitiendo, leal o deslealmente, como hasta ahora. Lo que puede debilitar o retrasar el Brexit es la maduración de la unión política de Europa, la imprescindible democratización de todas las instituciones de la UE, la superación de ese déficit democrático que ha frenado el desarrollo político de la Unión. El verdadero riesgo para Europa y para el avance del Estado del Bienestar está en las doctrinas neoliberales, que han estimulado, cuando menos de facto, el resurgir de viejos nacionalismos extremistas y xenófobos, que cada día se parecen más a aquellos que sembraron la guerra y la muerte entre nosotros en la primera mitad siglo XX. En el fondo estamos en la vieja batalla que se libra en la Unión, prácticamente desde su nacimiento: la batalla entra la Europa de los mercaderes y la Europa de los ciudadanos y de los pueblos. Pues bien, o gana la Europa de los ciudadanos o perderemos todos. Incluidos los estúpidos mercaderes.

¿Qué hemos quemado, querida Laila, en las hogueras de ayer? Lo sabremos mañana, como también sabremos si por fin se cumple y lleva a feliz término ese grito ritual salvífico que expulsa de nosotros todo lo malo y feo: ¡Meigas fóra!

Un beso.

Andrés