Tengan buen día, en una nueva edición de la realidad que nos envuelve. Un conjunto de sensaciones, tendencias, opiniones, hechos y planteamientos que van evolucionando con el tiempo, y que hacen del ejercicio de vivir un siempre diferente caleidoscopio de mil escenarios diferentes. Y más en estos tiempos, en que parece que todo ocurre a la vez, por muy distantes en el espacio que sean los acontecimientos... Ciertamente, es difícil la tarea, que todos tenemos, de acopiar los datos de lo que pasa, hilvanarlos en un mínimo análisis y, a partir de ahí, incorporarlos a nuestra estampa del mundo que nos va tocando vivir...

Hoy quiero hablarles de la necesidad de avanzar en, a partir de tal análisis individual y colectivo, buscar espacios para una mejor convivencia, por encima de cualquier otra consideración. Y lo hago ante la constatación de vivir, cada vez más, en una sociedad enfrentada, crispada y más rota. Las reacciones ante las recientes elecciones y sus resultados, por ejemplo, muestran una realidad enormemente polarizada, una sociedad que echa chispas no solo entre los partidarios de los distintos elementos del arco electoral participante en la consulta, sino hasta dentro de las diferentes tendencias ideológicas y formaciones. Parece como si, especialmente, estuviésemos en un momento especialmente duro para las relaciones humanas y para valores como la tolerancia o el entendimiento de la sensibilidad diferente a la nuestra. Y eso, si queremos que no nos lleve al caos, tiene que cambiar... Construir los mimbres de nuestra propia relación a partir de mucho más que el reproche y el continuo enfrentamiento.

Creo que, para progresar, se trata de caminar, a la vez, con orgullo y con una gran dosis de sensibilidad. Orgullo de edificar algo en lo que creemos, y que esté sustentado no solo por una amplia mayoría, sino por fundamentos verdaderamente incuestionables, desde la generosidad y el compromiso. Y sensibilidad para entender la diversidad, incorporando todos los puntos de vista, y atendiendo a la riqueza que nos caracteriza como sociedad. Orgullo y sensibilidad son necesarios para creernos nuestra forma de vida -nuestro conjunto casi infinito de formas de vida- y nuestros proyectos en colectivo, y para tratar de tejer una verdadera red de intercambio que enriquezca verdaderamente la conciencia social y cada una de las esferas individuales de todos aquellos a quienes nos ha tocado vivir juntos en sociedad. Y es que, queramos o no, o vivimos como eremitas en los pocos lugares solitarios donde se pueda todavía, o estamos condenados a entendernos.

Hablar de orgullo y de sensibilidad, y de la necesidad de entendernos también desde la diversidad, es importante en estos días, después de que ayer, 28 de junio, el mundo viviese una nueva edición del recuerdo de los acontecimientos de Stonewall. Y es que fue a partir del 28 de junio de 1969 cuando se produjeron las revueltas, ante los abusos constantes de la policía neoyorquina contra la comunidad homosexual, que dieron lugar al movimiento reivindicativo mundial sobre los derechos de las personas gais y lesbianas y, con el tiempo, a todo el movimiento LGTBIQ. Y todo ello en un año verdaderamente importante, ya que el gesto de la Presidencia de los Estados Unidos de declarar Monumento Nacional al pub Stonewall Inn, elevando así su nivel de protección desde su consideración anterior de Monumento Histórico, refuerza su compromiso en materia de afirmación de los derechos civiles. Porque, no se engañen, este no es un logro de la comunidad LGTBIQ, sino de toda la ciudadanía estadounidense y, por simple proyección en estos tiempos de aldea global, de la global.

Creo firmemente en que una sociedad que piensa en la diversidad, y que la encaja como parte de su riqueza desde el respeto absoluto y la suma de sensibilidades, es una sociedad más rica. Es un sociedad mejor. Es una sociedad que resiste mucho mejor los inevitables envites, retos y problemas que aparezcan, y una sociedad más vivible. Las sociedades monolíticas y de apariencia homogénea tienen la característica de parecer más sólidas desde la lejanía, pero no resisten un mínimo análisis sin que sus resquebrajaduras muestren todo el colorido, el magma vibrante y la diferencia que existe dentro de ellas. Entender tal diversidad y creer que la lógica común de una sociedad dispar es la suma o interferencia constructiva de todas sus lógicas, es mucho más rico y más real que la muerte por asfixia de todo lo que sea diferente. Algo que la realidad, a lo largo de la Historia, ha demostrado una y otra vez que no funciona.

Orgullo y sensibilidad, pues, para entender que derechas e izquierdas, heteros y gais, altos y bajitos, señores y señoras, niños de tirabuzones rubios y niñas con gafas, calvos con diversidad funcional o electricistas, e incluso las "señoritas de toda la vida" y los "machotes" -sean lo que sean estas categorías que últimamente han salido a la palestra- tenemos que entendernos. Que respetarnos hasta la extenuación, al menos. E, idealmente, que aceptarnos y reforzarnos. Solo así tendrá sentido el creer en un posible avance real de nuestra lógica como grupo humano que comparte una zona del cono espacio temporal en que la Naturaleza nos ha situado. Y es que, si no es así desde el amor y la generosidad, el respeto y una profunda reverencia ante las ideas y los modos distintos a los nuestros, perderemos una oportunidad mágica para avanzar en algo distinto del odio. Y ese, sea a quien sea y por el motivo que se nos antoje, ya ha demostrado más de una vez que no nos trae nada bueno... Algo claramente indiscutible.