Cuando el visitante llega al hospital Chuac, puede que tenga la sensación de adentrarse en una urbe distinta, una nación distinta, otro mundo. En el Complexo Hospitalario Universitario de A Coruña no hay arquitectos ni fontaneros, presidentes o alcaldes, ricos o pobres: solo enfermos, acompañantes y profesionales de la sanidad pública. Todos los días se salvan vidas, basta con mirarse a la cara en el ascensor o al cruzarse en el pasillo.

Los sentimientos, las emociones, son el salvoconducto de los visitantes que velan a sus familiares y amigos en esa ciudad, esa nación, ese país llamado Chuac. Al coronar el otero sobre la ría, el hospital ofrece una de las mejores panorámicas del entorno. La vista estimula la reflexión porque invita a volar la esperanza y el pensamiento. Estos días de gran calor puedes contemplar la playa de Santa Cristina atestada de compatriotas que toman el sol y se refrescan en el agua azul turquesa. Son fechas vacacionales para mucha gente, jornadas que saben a albariño fresco y arroz marinero, salvo en la nación Chuac, cuyos empleados desempeñan el oficio de curar a otras personas. Como cada día.

Quizá sea por deformación profesional, como suele decirse, porque la esencia del periodismo es transmitir verazmente las cosas que pasan, de ahí que la comunicación de noticias dolorosas me parezca una de las asignaturas más complicadas en cualquier tiempo y circunstancia. En este sentido, la muerte de un paciente o una enfermedad terminal están, seguramente, en la lista de conversaciones más difíciles. A todos nos gusta dar buenas nuevas y sufrimos cuando toca informar de las malas, de ahí que cualquier adiestramiento sobre este particular tanto en las facultades como en las escuelas universitarias resulte de extraordinaria importancia.

Al final, las profesiones, cualquier profesión, no pueden reducirse al ámbito técnico. El neurocientífico Howard Gardner, autor de la teoría de las inteligencias múltiples que le valió el premio Príncipe de Asturias, asegura que una mala persona no llega nunca a ser un buen profesional. Puede que desarrolle una gran habilidad, pero el egoísmo, la ambición o la avaricia le impedirán alcanzar la excelencia. Sin principios éticos puedes llegar a ser rico, o técnicamente bueno, pero no excelente, asegura.