Soy de la opinión de que todo en esta vida tiene un lado interesante, bueno y positivo. Creo que las posturas de máximos nunca son demasiado buenas, exceptuando unos pocos temas concernientes a los derechos humanos y poco más. Además, he entendido hace tiempo que en esto de las opiniones hay una enorme gama de colores entre el blanco más níveo y el negro más azabache. Todo, absolutamente todo, adquiere diferentes tonalidades e irisaciones sometido al tamiz personal, dinámico e intransferible de cada uno de nosotras y nosotros. Pero, dicho esto, voy a hablarles hoy de determinadas pasiones tecnológicas a partir de las cuales, y mucho más allá de la mera opinión, creo que están pasando cosas. Y es que, honestamente, pienso que las mismas, llevadas al máximo y vividas como a veces veo, podrían recortar una parte de nuestra existencia... Y desde luego, para empezar, la referida a la esfera colectiva. A ver qué les parece. Pasen... y vean.

Miren, si hay algo que nos ha cambiado la vida en los últimos años es el acceso a las nuevas tecnologías. Les pondré un ejemplo. A principios de diciembre de 1987 embarrancó en la peligrosa costa de Fisterra, al lado de la playa de O Rostro, el Casón. Yo, siendo muy joven, fui testigo de excepción de algunas de las cosas que pasaron durante aquella crisis, ya que acudí con otros voluntarios de Cruz Roja a dar cobertura a tareas como el apoyo en el traslado de la enorme cantidad de población que fue evacuada a otras localidades, como Santiago o Coruña, el traslado de los veintitrés cadáveres de los marineros chinos a los túmulos del entonces Complejo Hospitalario Juan Canalejo o la primera atención a los supervivientes. Pero si hay una imagen, hoy absurda, grabada en mi retina, esta es la de los operarios de Telefónica instalando una cabina en lo alto del monte a cuyos pies yacía embarrancado el barco mientras explotaban los bidones de sodio que caían al mar, con una larga fila de periodistas esperando turno para poder usarla luego. No cabe duda de que hoy eso sería impensable, y que cualquiera de nosotros, en casi cualquier lugar, podemos hacer de reporteros improvisados con el testimonio de la voz o de la imagen.

Las nuevas tecnologías en el mundo de las comunicaciones constituyen, indudablemente, una poderosísima herramienta con multitud de aplicaciones, seguramente sin que muchas de ellas hayan sido aún exploradas. Y las mismas producirán avances en muchísimos ámbitos de la vida, incluyendo el ocio. Eso es meridiano. Sin embargo, nuestra sociedad está mutando a pasos de gigante a partir de la disponibilidad de los nuevos mecanismos de ocio ligados a esta posibilidad tecnológica. Partiendo de que todo, con mesura, es bueno, hoy se empieza a detectar una sobreexposición, a veces verdaderamente exagerada, a este tipo de oferta. Y eso en detrimento de otros modos de expresión y hasta de vida.

Así, es fácil hoy contemplar una terraza entera de personas disfrutando de un café al atardecer, estando prácticamente todas ellas concentradas en lo suyo durante varios minutos, con la mirada fija en cada una de las pantallas de sus teléfonos. O comensales en un restaurante al lado de nosotros, que pasan toda una cena -se supone que, en compañía- absortos en sus respectivas vidas virtuales. Sin menoscabar ni dudar un instante de la libertad de cada uno para hacer lo que quiera, ¿no puede ser un síntoma este de que algo está pasando en nuestro mundo real? Algo así, les diría, como una cierta transposición al mundo de la virtualidad...

No sé si alcanzo a decirles con claridad exactamente lo que me quiero expresar. No se trata de denostar nada. Yo mismo tengo un teléfono y muchas veces lo uso en público. Pero si tal dispositivo, con toda su potencia y sus capacidades, se convierte en un apéndice indispensable e imprescindible de mí, y todo mi ocio y buena parte de mi comunicación con las personas se queda ahí, ¿cuál es la frontera entre la normalidad y las conductas que van más allá de ella?

Pokemon Go creo que puede constituir un paso más en ese camino, un tanto patológico a veces, de cambio de la realidad por la realidad aumentada. La aplicación, que es un verdadero lujo tecnológico y está basada en poderosas herramientas con aplicaciones verdaderamente interesantes en campos como la medicina, tiene ese riesgo. En sí, no es mala. Pero una utilización desmedida o temeraria de ella puede no ser conveniente. Uno, por los accidentes que ya han ocurrido al sumir a la persona en un entorno de virtualidad que puede despistarla en su relación con lo real. Y otra, por ese componente, asociado tantas veces a la virtualidad, de un desinterés por lo real y propio del mundo físico. Una puerta, desde mi punto de vista, a otros problemas. Termino poniéndoles el ejemplo de unos amigos. Con dos hijos, dedican buena parte de su tiempo libre a recorrer los lugares más fascinantes del mundo. Desiertos, montañas, lagos salados y otras maravillas de la naturaleza, de los cinco continentes, son el entorno que les inspira. Pues bien, siempre tienen el problema para arrastrar a sus hijos más allá del hotel, el bungalow o el último sitio habitado donde haya conexión wifi. ¿Por qué? Por la virtualidad, que abarca gran parte de su interés. Y es que lo demás, por sutil, maravilloso o impactante que sea, ni les motiva ni les produce mucho más que aburrimiento...

A mí déjenme que me siga fascinando con los pájaros, los árboles, los helechos o el discurrir del agua humilde de cualquier regato escondido. Me apasiona mucho más encontrar una abeja libando que un Pokemon. Y es que, ya lo ven... ¡hay gente para todo!