Escena primera: Chico agobiado se presenta en la Estación de Autobuses. Después de mirar a uno y otro lado, con resultado negativo, decide tomar un taxi hasta una localidad cercana. La conductora le informa amablemente del precio. Perfecto. Vamos para allá.

Escena segunda: Se suceden las llamadas telefónicas a bordo por parte del cliente, muchas de ellas con resultado infructuoso. Ante las preguntas de si tomar uno u otro itinerario, el pasajero responde a todo que sí, que perfecto. Solo quiere concentrarse en utilizar el teléfono para localizar a una tercera persona. Es importante para él.

Escena tercera: Por fin hay una respuesta. La persona buscada está en A Coruña. Vuelta a la capital tras salir y entrar de la autopista en el peaje de Guísamo. Fin del agobio, al menos por el momento. El pasajero, ante los cambios sobre la marcha en el itinerario del viaje, considera que es necesario dar una explicación a la profesional del taxi. Más tranquilidad... Una historia que se desgrana mientras las ruedas apuran el asfalto cotidiano, hoy vivido desde una perspectiva diferente...

Este es el comienzo de mi primer relato de agosto en esta ventanita al mundo y, en particular, hacia ustedes. Una historia real que comenzó con una tonta discusión, sin más, pero que, como todas, bien pudo costar males mayores. Ante la evidencia de que la otra persona podría haber salido de la ciudad con intención de poner tierra de por medio, aunque fuese temporal, el pasajero al que me refiero intenta llegar a donde se supone que puede estar. De ahí la excursión de ida... y vuelta. Y como de todo en la vida hay que sacar una experiencia, superada con éxito la crisis y reforzados los lazos, ahí vamos... Por eso el artículo de hoy lo dedico a los profesionales del taxi y, en particular, a la conductora testigo de esta curiosa historia. Porque el pasajero, queridos amigos y amigas, y como en la canción de Pecos, era yo mismo. Y nobleza obliga.

Miren, he subido a un taxi muchas veces. A veces hablando con otros viajeros cuestiones de trabajo, en ocasiones confidenciales y a menudo comprometidas. Otras sosteniendo llamadas de igual naturaleza, con la profesionalidad del conductor como único testigo. En otras ocasiones me han pasado anécdotas curiosas a bordo de un vehículo de estas características, como cuando les conté que un conductor, en la Bolivia de hace casi veinte años, nos explicó que era también profesor de educación primaria en su país, pero que de aquello no podía vivir por el exiguo salario, por lo que se había pasado a la cuestión del transporte. Recuerdo también mis andanzas a bordo de los taxis amarillos con GPS en Centroamérica, oasis seguros en medio de una problemática extensa de extorsión, robo y crimen, que afea gravemente las condiciones de vida en países verdaderamente próximos, bellos y que de otra manera serían mucho más vivibles... Y mucho más. A bordo de un taxi y con la colaboración de su conductor pude trasladar al hospital en mis tiempos mozos a una persona herida en la calle, a la que me encontré y auxilié, que quizá de otro modo no lo hubiese contado. Historias de personas vividas por personas. Historias sobre ruedas.

Alguien me dijo una vez, en un país lejano, que una buena medida de cómo está de organizada una sociedad se puede obtener analizando su sector del taxi. Viendo cuáles son sus prácticas y sus maneras. Y recuerdo que en aquel momento dudé de tal aseveración, porque lo cierto es que, si uno es un poco viajado, se dará cuenta de que en nuestro caso disfrutamos de uno de los más claros, transparentes, honestos, profesionales y diligentes servicios de taxi del mundo. Y nuestra sociedad..., bueno, da para hablar un poquito más... Aquí el taxi está regulado y es claro y diáfano en cuanto a quién puede prestar el servicio, cuáles son los honorarios y los módulos tarifarios y cuáles son las condiciones del transporte. Les aseguro que no siempre es así, ni mucho menos, ya sin salir de Europa...

Es por todo que, con el artículo de hoy, rindo homenaje al mundo del taxi. Al del transporte de personas. A ese protagonista de un gesto cotidiano que nos une a alguien que no conocemos, pero que nos lleva con diligencia, prontitud y profesionalidad, y que a veces hasta nos da un buen consejo. A ustedes, amigos. Y por ustedes... Y, de paso, agradezco a una persona en concreto su amabilidad y empatía. Temas que no van regulados por taxímetro, pero que se agradecen sobremanera cuando se ofrecen con generosidad a los demás.