Hace un tiempo descubrí, en ese intrincado mundo virtual con que nos hemos dotado en esta etapa de la Historia, una actuación antigua de Massiel y Luis Eduardo Aute. Cantaban Rosas en el mar, un verdadero poema sinfónico que si tienen unos años conocerán, y que versa sobre el amor, la libertad y la búsqueda de la verdad, constatando la dificultad de encontrarlos. En el momento de escribir aquellas letras -corría el año 1967 cuando Massiel la interpretó por vez primera- había sesgos y rasgos de la sociedad ante los que el autor reaccionaba de la mejor forma que sabía: con unos acordes y entonando y desgranando versos... Hoy la sociedad es mejor, más inclusiva, más libre y nuestro país y entorno nos permite una vida mejor en muchos aspectos. Sin embargo, algunas de aquellas alusiones a la hipocresía, al doble rasero y moral o a la necesidad de un mundo más vivible siguen plenamente vigentes entre nosotros.

Entre los montones de comentarios dejados por internautas más y menos anónimos, alguien aludía a la canción diciendo, de forma atrevida, que "no estaba mal", pero que prefería otra versión de una cantante más moderna, afirmando taxativamente que "a esa señora" -Massiel- "no la conocía de nada"... La autora del comentario se retrataba así, mostrando su desconocimiento sobre el tema... Estaba escuchando nada más y nada menos que al autor de esas y otras muchas verdaderas obras de arte, acompañando a Massiel, en la versión más pura y original posible de ese pedacito de gloria.

Hoy han pasado muchos años desde entonces. Luis Eduardo Aute ha ido cumpliendo años, como todos los que hemos tenido la suerte de vivir para contarlo, y el mes que viene hará 73. Pero son días malos para él. La prensa informa que ha tenido un infarto y que está hospitalizado grave, aunque evolucionando satisfactoriamente. A pesar de su natural discreción, compartida por su entorno próximo, y su interés por no permanecer demasiado cerca de los focos más allá del rato inevitable en que los necesita para que se le vea en el escenario, hay muchas personas pendientes de él. Y es que su arte, fundamentalmente su música y su pintura, nos ha llenado el corazón a innumerables personas en algunos ratos oscuros, amargos, serenos o llenos de júbilo. Es por eso que escribo este artículo, en contra de la costumbre tan patria de elogiar casi sólo al que ya no está. Pues yo lo hago ahora, con el deseo franco de que se recupere y que toda la potencia de la medicina pueda ayudarle a superar este bache. Su música, no cabe duda, es una buena embajadora de muchos valores que comparto. Y su praxis también.

Hoy en casa, durante toda la mañana, ha sonado música de Aute. Y me han venido a la memoria escenas de lugares lejanos, como la Sala Trovajazz, en Cuatro Grados Norte, Ciudad de Guatemala, donde la música de cantautor, y en particular la de Aute, sigue muy vigente. He recordado actuaciones memorables de este verdadero referente de la música y la canción. Y me he vuelto a emocionar con los acordes de Al alba o La belleza. O con los de Rosas en el mar...

Como Aute, permítanme que termine este texto reivindicando el espejismo de poder ser uno mismo... Una empresa fantástica, que le da pleno sentido a la vida... Y una forma estupenda de jamás fallarse a uno mismo, primer paso del edificio para ser coherente y congruente con los demás.

Como Aute, apelo a la belleza y a la búsqueda de la verdad, a la libertad y a una concordia mucho más allá de todos los muros que hemos ido creando y que siegan posibilidades, individuales y colectivas, de ser mucho más felices...