No se quejarán ustedes si son de los que gozan con el calor, de forma que cuanto más, mejor. Y es que golpea con fuerza la canícula en estos días de agosto. Yo, para que quede claro, les diré que me siento bastante incómodo en días así. Y es que así como el frío no solo lo soporto, sino que hasta lo disfruto, muchas veces de manga y pantalón cortos en cualquier momento del año, el calor lo llevo francamente mal. Es por eso que en este período del año dejo de hacer alguno de los deportes al aire libre que me agradan, y de los que les hablo a menudo. Y eso que en este rincón atlántico las cosas del tiempo son mucho más que llevaderas... Pero, insisto y reitero, estos días son francamente duros para los que vivimos mal el calor.

De todos modos, no empiezo a escribir estas líneas con ánimo de contarles mis irrelevantes cuitas con el termómetro, sino que el tema de hoy, relacionado también con el calor, es bastante más importante y crítico que todo ello. Voy a hablarles de incendios forestales. Algo a lo que se refería estos días la conselleira de Medio Rural calificándolos de atentados. Pues miren, estoy de acuerdo con tal aseveración. Son atentados contra la naturaleza, muchas veces contra la vida humana y, no cabe duda, contra el patrimonio de todas y todos.

Es inconcebible la virulencia de los incendios estos días, en términos de cantidad, magnitud y consecuencias. Dicen las crónicas que, en cuatro días, ha ardido tanto en Galicia como la mitad de lo destruido en todo el año 2015. E, independientemente de los males crónicos de nuestra masa forestal, es fácil colegir que algo más está ocurriendo. Evidentemente, hace calor, sí. Y, en días como alguno de esta semana, el siempre seco y matador nordés ayuda al secado extremo del bosque y a la expansión del fuego. Pero, aún así, faltan ingredientes para terminar de dibujar el cuadro negro ceniza que se está pintando en Galicia en estos días. Hay algo más.

Las investigaciones abiertas en cada caso darán con las causas de cada incendio y, también, espero con los culpables. Pero la mano humana -vía imprudencia o premeditación- se adivina o constata ya en muchos de los luctuosos episodios que hacen que arda Galicia. Sin ir más lejos, se ha pillado in fraganti esta misma semana a algún incendiario, o se han detectado artefactos diseñados para provocar fuego en alguna de las zonas afectadas. Y, ante ello, es necesaria una verdadera reflexión profunda, técnicamente sustentada y de consenso, previa al esbozo de cualquier estrategia sobre la etiología del fuego y su devastadora presencia. ¿Qué está pasando en Galicia, y por qué? ¿Hay una "mano negra" que responde a intereses de terceros, clásicamente puestos encima de la mesa, o se trata de incendiarios espontáneos que responden sobre todo a una patología mental o al revanchismo y la maldad llevados a extremos de demencia? ¿Cómo es posible que una comarca arda por los cuatro costados y con abundantes focos prendidos a la vez, simultáneamente en varios lugares distantes de Galicia y a las horas más críticas? ¿Qué es lo que pasa?

Mientras escribo estas líneas y trato de poner negro sobre blanco las mismas preguntas que todos nos hacemos en estos días de infierno, por la ventana se cuela un tufo sospechoso, con espeso aroma a eucalipto, a pino quemado y a esa mefítica esencia entre acaramelada y pegajosa que los gallegos bien conocemos, y que llega a nuestras pituitarias y que lastima a nuestros ojos cuando el bosque se quema... Son días de infierno, sí. Jornadas irreparables para nuestra flora y fauna, para nuestro futuro y para la sostenibilidad de mucho más que el gobierno de turno y sus explicaciones, o para la dialéctica de a quien le toque ejercer la oposición. Con esto perdemos todas y todos, de forma irreparable. Y aunque la Naturaleza haga lo que puede para tratar de no sucumbir, cada hectárea quemada es un pasito más hacia la negrura. Una hecatombe que ni entiende de lo administrativo, ni de gobiernos ni de las eternas polémicas que se suceden y realimentan a sí mismas. Sólo de muerte y destrucción.