Galicia, querida Laila, arde otra vez. Arde como todos los años. Unos años más y otros algo menos, pero siempre arde mucho. Demasiado. Es como esos árboles que, dicen, dan siempre fruto, pero un año más y otro menos alternativamente. También como todos los años, escuchamos las mismas cosas e idénticos razonamientos sobre los incendios. Sobre las causas, los causantes, los remedios nunca exitosos, las medidas preventivas, los medios de extinción, los turbios negocios que, se especula, están detrás de los que provocan los incendios y de los que los extinguen, los pirómanos (ahora terroristas) detenidos, las escasas condenas porque las pruebas son pocas, las estadísticas de lo ardido, unas veces falseadas y otras aproximadas, siempre por razones de propaganda política. En fin lo de siempre. Las autoridades, los expertos, los técnicos, los más directamente damnificados, los comentaristas y hasta el señor de la barra que disfruta su cervecita dicen siempre lo mismo. Se repiten. Al llevar tantos años quemando el país, no queda nada nuevo que decir ni sobre lo que especular. La única y última inquietante novedad fue aquella patética imagen de Núñez Feijóo posando, muy orondo, ante los medios de comunicación con una ridícula manguerita en un incendio preelectoral. Ahora, hasta eso sería repetirse. Repetirse como no pudo evitar hacer el Señor Feijóo con sus manidas y manoseadas declaraciones en estos últimos incendios, también preelectorales. Hay tres cosas que parecen verdad: que evitar todos los incendios absolutamente y para siempre no es posible; que evitar la catástrofe anual y reducirlos substancialmente a límites tolerables es perfectamente posible, practicable y deseable; y que la solución de este problema, como la de tantos otros, requiere su tiempo. Y precisamente esto último es lo que revela el rotundo fracaso de nuestros gobernantes, concretamente los del PP, que no han evitado nunca que Galicia siga ardiendo cada año. Pudieron no tener tiempo suficiente el Gobierno socialista de González Laxe, que duró dos telediarios, o el bipartito de Pérez Touriño que aguantó una sola legislatura, pero el PP, que gobernó 28 años de los 34 de la autonomía gallega, tuvo todo el tiempo del mundo y no lo hizo. Tuvo tiempo, poder y medios a Dios dar y no lo hizo. El asunto está en saber porque no lo hizo. ¿Porque no pudo, porque no quiso o por las dos cosas?

Sostiene el mito cristiano, amiga mía, que todos los seres humanos nacen con un pecado de origen, heredado de Adán y Eva, y que la única excepción la hizo el mismo Dios con su madre, María. Tal excepción parece que fue muy difícil de probar para los agudos teólogos, como lo demuestra el hecho de que esta excepción no se convirtiera en dogma oficial católico hasta el siglo XIX, a pesar de que los pensadores cristianos llevaban trabajado en ello siglos y siglos. Uno de estos pensadores, el escocés DunsScoto, ideó un muy agudo argumento para probar la inmaculada concepción de María. El argumento, en síntesis, venía a decir que Dios pudo y quiso, luego lo hizo. Porque si no pudiese no sería Dios y si no quisiese no sería hijo o, al menos, buen hijo, con lo que tampoco sería Dios. Pues bien, querida, yo creo que acierto si sostengo que Manuel Fraga y Núñez Feijóo, que no son Dios aunque a veces lo parecen, pudieron pero no quisieron reducir los incendios forestales en Galicia a límites tolerables porque, como te decía, tuvieron poder, medios y todo el tiempo del mundo, pero no quisieron. Ellos sabrán por qué y a quién benefician, pero no parecen buenos hijos de esta Galicia que sigue ardiendo.

Pocas veces, querida, la responsabilidad política de una catástrofe tan repetida estuvo tan clara.

Un beso.

Andrés