No tienen las elecciones de hoy en Galicia una trascendencia que no tienen las del País Vasco. En Galicia votamos hoy, en pocas palabras, si nos gobierna un cuarto de socialismo y tres cuartos de nacionalismo, soberanismo e independentismo o si estas opciones siguen en la oposición. Pero hay en juego algo más.

El 6 de agosto opinaba yo que Sánchez podía tener un plan y hoy se puede asegurar que, en efecto, lo tiene. Sánchez aseguró tras el 26-J que no habría terceras elecciones y que no facilitaría la investidura de Rajoy pero no reiteró como en enero su tercer no, que no llegaría a acuerdos con los independentistas, la línea roja puesta por el Comité Federal tras las elecciones de diciembre en un documento que decía: "La autodeterminación, el separatismo y las consultas que buscan el enfrentamiento solo traerán mayor fractura a una sociedad ya de por sí divida. Son innegociables para el Partido Socialista y la renuncia a esos planteamientos es una condición indispensable para que el PSOE inicie un diálogo con el resto de formaciones políticas". Sánchez respetó entonces la línea roja con la que ahora hace malabarismos para conseguir los 17 votos de los diputados de ERC y la nueva CiU, el PDC, que sumados a los 5 del PNV le darían 178, dos por encima de la mayoría absoluta y la presidencia del gobierno. Si convence a los independentistas de que negociará con ellos un referéndum blando cuando las circunstancias lo permitan y les promete abrir mientras tanto una reforma constitucional que acomode a Cataluña en la disposición adicional 1ª junto a los territorios forales con derechos históricos, una percha que lo aguanta casi todo, Sánchez tapará la boca a sus críticos del Comité Federal y saldrá entre aplausos camino de la Moncloa. Sánchez está en ello y, si en Galicia Feijóo no obtiene mayoría absoluta y los socialistas son segunda fuerza, podrá servirle al Comité Federal un precedente elocuente no solo de cómo se logra la investidura con el voto independentista que habita en las Mareas, sino de cómo se forma gobierno con ellos que es lo que el candidato del PSdG no ha dejado de afirmar durante la campaña electoral. Cabe incluso apostar si, quedando de terceros, los socialistas votarían la investidura de Villares candidato de Mareas a cambio de algunas carteras o a cambio de nada como en el ayuntamiento de Madrid o en el de La Coruña. A tanto llega, a mi juicio, el desnorte en el que hace años viven los socialistas cuyo candidato es un, hasta hace poco, conocido militante del BNG.

El plan de Sánchez no se fabrica a partir de lo que ocurra hoy en Galicia, claro que no, pero sí que se remata si Feijóo no consigue los 38 escaños. En realidad Sánchez sabe que sus barones autonómicos le critican con la boca pequeña porque ellos fueron investidos por Podemos y compañía y sabe que los acuerdos municipales con ellos en tantas ciudades importantes fueron celebrados sin una crítica por la dirigencia y la militancia socialista en toda España y de todo eso hace solo poco más de un año. Si ahora Leiceaga se convierte, junto a Puig en Valencia, Lambán en Aragón, Vara en Extremadura, García Page en Castilla-La Mancha y Armengol en Baleares en el sexto presidente autonómico socialista con apoyo de Podemos y demás, ¿por qué no va Sánchez a pretender su investidura con el voto de los independentistas? Lo dicho, en Galicia no solo se vota si Feijóo o un gobierno con tres cuartos de nacionalismo, también se decide si se perfecciona o se frustra el plan de Sánchez.