Solo razones de Estado pueden explicar que Rajoy acepte la abstención del PSOE para ser investido en unos días, porque de otro modo no es posible entender su posición. Veamos. No hay empresario en el mundo que, estando su competidor en horas bajas y perdiendo mercado a raudales, le ayude a recuperarse cediéndole a sus comerciales y desoyendo a los clientes desabastecidos por el competidor. No hay equipo de fútbol que desaproveche la ocasión de ganar por goleada la final a un rival con nueve en el campo. Ni empresario, ni futbolista era el buen samaritano. Ni político.

El PSOE está hecho unos zorros, sin liderazgo, escindido ideológicamente y enfrentada su estrategia en dos bandos, el de quienes odian a Rajoy y quieren, como en ayuntamientos y autonomías, gobernar con Podemos e independentistas y el de quienes odian a Rajoy y quieren abstenerse para que el odiado gobierne maniatado pidiéndoles permiso cada día para toda iniciativa, nombramiento o compromiso internacional. Andan los socialistas peleados de verdad, tambaleándose sus alcaldes y gobiernos autonómicos, rotos los apoyos y complicidades imprescindibles entre la militancia y la dirigencia, enfrentados territorialmente como nunca lo estuvieron y con la seria amenaza de ceder a Podemos la jefatura de la oposición. Así las cosas, ¿por qué Rajoy no espera a que venza a final de octubre el plazo constitucional y se dispone a ganar las terceras por goleada y a gobernar con una mayoría cómoda? Solo Rajoy lo sabe y los demás solo podemos aventurar los motivos.

Puede que Rajoy tenga, como espada de Damocles, inminentes y preclusivos plazos para algunos compromisos económicos con la UE que, de incumplirse, hundan toda esperanza de recuperación y por eso le urge formar gobierno como sea sin esperar a las terceras. Puede, pero no parece que Europa vaya a torpedear a quienes fatigosamente están saliendo de la crisis. Puede que quiera implicar al PSOE en las duras medidas que aún quedan por tomar y por eso le compensa salvar a un PSOE que le odia no dejándole caer en las terceras. Puede, pero ¿qué garantías tiene de que los socialistas le darán su apoyo cuando vengan las tormentas? Puede, en fin, que Rajoy considere aún al PSOE un partido sistémico y recuperable para la causa socialdemócrata de modo que prefiera ayudarle evitándole las terceras para frenar el ascenso insoportable de un Podemos radical. Puede, pero ¿cómo verificar que a estas alturas el PSOE tiene remedio, que no habrá tránsitos del grupo parlamentario socialista al podemita y que el ascenso no llegará en futuras elecciones? Pan para hoy y hambre para mañana. Puede, incluso, que los sondeos que anuncian la goleada del PP en las terceras sean inciertos y en realidad la suma de Podemos, socialistas e independentistas permita en enero un gobierno de Sánchez o de Iglesias. O acaso Rajoy piensa que el PSOE negará finalmente la abstención y provocará las terceras y así su propia ruina.

Todo puede ser pero, al menos, debería asumir el socialismo, dirigencia, militancia y votantes, que el odio sectario a Rajoy que les ha llevado a demonizar sus políticas, las que imita Hollande, aplaude la UE, comprende Felipe González y hubieran aplicado gobiernos socialistas, no es recíproco. Por eso Rajoy no está hurgando en la herida. Otra cosa es que los mismos socialistas ahonden en ella.