En la última columna, publicada el pasado lunes, hablábamos de Haití. Una realidad verdaderamente difícil para su ciudadanía, cuya vulnerabilidad previa hace que sea fácil que, ante un nuevo revés, la situación sea cada vez peor, menos vivible. Y esto es algo que no es fruto de la casualidad ni de acontecimientos puntuales. A pesar de la resiliencia de un pueblo que, ante la adversidad, intenta luchar, los mimbres sobre los que está edificado ese país que ocupa una parte de La Española son difíciles de enderezar. Dictaduras crueles, conflicto permanente, un nivel socioeconómico por debajo de lo imaginable o el impacto de fenómenos naturales en una zona donde la meteorología es muy activa, potente y cambiante y la sismicidad alta, son solo algunos de los males que han afectado a las y los haitianos en las últimas décadas...

Pero, con todo, ahí siguen, intentando salir adelante. Una capacidad del ser humano que muchas veces, en la opulencia y el nihilismo inherente a la borrachera de los sentidos, permanece oculta. Pero que se activa cuando vienen mal dadas, cuando llueve sobre mojado, y cuando uno no tiene nada que perder si salta al vacío desde una posición que no le auguraba nada mejor.

Veo esta lógica siempre que alguien, caminando sobre la cuerda floja y sin red, me asombra y me fascina con su determinación y arranque. Y es que de los grandes males surgen las gestas más brillantes, como si la cotidianeidad de quienes estamos más o menos instalados en cierto confort fuese restándonos algo de fuerza vital.

Hoy, más que nunca, veo esos destellos en los ojos de quienes llegan al Mediterráneo ya no buscando ayuda o implorando socorro, sino activando sus propios resortes de huida, cueste lo que cueste y caiga quien caiga en la travesía. ¡Hay que largarse!, es el grito mudo que se adivina en todas las miradas y que parece resonar en todos los rincones y que, venciendo las infinitas resistencias y barreras que nos ponemos las personas ante el cambio, les sorprende recogiendo a su prole en brazos y, simplemente, comenzando a caminar...

Y es que lo que está pasando en estos días de la Historia es gordo y grave, y algún día será anotado en los libros -si alguien no cambia el guión, que también ocurre a veces- como algo parecido a un genocidio. Personas comunes, con vida y risas detrás, y nombre y apellido, lo dejan todo, camino a la nada. Después de múltiples peripecias chocan contra la valla de entrada -real o figurada- de su Eldorado, y aquí son tratados como delincuentes, vulnerando toda la parafernalia jurídica -que no es demasiada, pero sí contundente- en materia de asilo y refugio, ratificada por los biempensantes países que se suponía tenían que ser de acogida.

Lo cierto es que, así las cosas, muchos siguen muriendo, y la inacción o la acción interesada en origen hacen que las palancas más apropiadas para revertir la situación no se activen y que, en cambio, todo esté desembocando en una especie de nueva Guerra Fría, ligada al interés de unas y otras potencias en esta merienda de sirios... Porque esto es lo que sucede sobre Siria y otros países limítrofes, un tema que hemos tenido oportunidad de seguir desde sus comienzos, a partir de la que había sido llamada Primavera Árabe...

Y miren la pantomima de la comunidad internacional... Unos miran para otro lado, otros hacen que hacen a base de reuniones de alto nivel, pero sin demasiados resultados, otros apoyan al suyo o al que creen que es el menos malo y otros sacan tajada del caos reinante, para instaurar más incertidumbre y terror... La diplomacia, esa herramienta válida para solucionar problemas complejos, no acaba de encontrar su lugar en todo este desaguisado. Y, mientras, millones de habitantes de un lugar sumido en el caos encuentran la indiferencia o el sufrimiento y la muerte.

Pero, ante la constatación de la desgracia ajena, hay movimiento. Oculto a veces, tímido en otras ocasiones y anónimo y desinteresado casi siempre, pero algo se mueve. Algunos no sabemos bien qué hacer, aunque siempre nos quede la palabra. Otros ponen sus recursos, mayores o menores, a disposición de quien busca apoyo. Algunas personas y muchas de ellas cercanas, como me consta, se presentan in situ donde creen que su ciencia, su experiencia o su sensibilidad pueden dar frutos. Y mucho más... ¿Conocen ustedes la iniciativa de Proactiva Open Arms y su Astral, www.proactivaopenarms.org contada estos días en televisión por Jordi Évole? Pues échenle un vistazo si tienen un ratito... Otros oran, en docenas de idiomas distintos y muy diferentes credos. Y otros piden sentido común, que en pleno siglo XXI sigue siendo el menos común de los sentidos... Pero la sangría continúa y, a pesar de la ira ya no contenida de Ban Ki-Moon, no hay cambios reales en los roles de los diferentes actores en lo que es ya la suma de varios conflictos, con dimensión doméstica, panarábica e internacional, y donde los que peor parados salen son, como siempre, los más vulnerables.

Mientras todo eso ocurre, desde la Estación Espacial Internacional, en el que es su día 6.542 en órbita, se sigue viendo a La Tierra tranquila, inmersa en la aparente apacibilidad de su atmósfera. Mientras escribo las líneas que comparto con ustedes, los sistemas indican que la misma sobrevuela China. Qué pena que los mismos que somos capaces de poner en marcha un proyecto de tales características sigamos enrocados en posiciones enquistadas de una mal entendida economía como excusa última -siempre es así, les cuenten lo que les cuenten- para que, en definitiva, sigan existiendo conflictos lacerantes, duraderos e interesados como el que destruye a Siria y a sus habitantes hoy, y como los que ayer y mañana seguirán provocando tanta pena sobre la faz del planeta.