No hace falta irse a las noticias más luctuosas de estos días para ser conscientes de que el alcohol, como valor en sí, poco aporta a la sociedad. Una cosa es un buen vino como maridaje de una suculenta comida, o incluso un licor con un café al término de la misma, en una ocasión especial. Pero eso es otra cosa distinta de la que hablo. El ocio basado en el alcohol, o lo que es lo mismo, el alcohol como núcleo, leitmotiv y lógica del ocio es una lacra que, a pesar de todo lo dicho hasta este momento, casi nadie se ha tomado muy en serio aún...

Pero los hechos cantan: los tabloides nos hablan de esa niña de doce años que, desgraciadamente, falleció después de entrar en un coma etílico en San Martín de la Vega (Madrid), o un nuevo caso de una menor de trece años hospitalizada estos días en Vigo también por una ingesta masiva de alcohol... Al margen de las responsabilidades que pudieran derivarse del caso, a pesar de lo difícil o imposible que ello sea, es una verdadera tristeza que niñas y niños que empiezan su camino, con toda la vida por delante, con doce o trece años, ya tengan tras de sí a ese líquido, nocivo y pernicioso elemento como alternativa de ocio.

Una mirada a nuestras carreteras corrobora lo dicho, en un entorno aún más crítico. El cóctel alcohol y volante es explosivo, y no debería estar permitido nivel alguno distinto de cero en la prueba alcoholimétrica de quien conduce. A pesar del "yo controlo", tan habitual como estúpido, el alcohol merma la ya relativamente lenta respuesta del ser humano en una incidencia a cien o ciento veinte kilómetros por hora. El alcohol al volante, no cabe duda, mata. Y mientras mate sólo al irresponsable que lo consume y conduce, es triste pero no deja de ser un evento causa-consecuencia. El problema mayor es cuando, aún por encima, cercena la vida de personas inocentes, que circulaban o caminaban correctamente y que, simplemente, pasaban por allí... Y que, casualmente -ley de Murphy- son las que suelen llevarse la peor parte.

Pero volvamos a los más jóvenes... El problema no es incidental. Es estructural. La ingesta de grandes cantidades de alcohol se presenta como fórmula de ocio habitual para muchos chicos y chicas que, insertos en un entorno cruel con la diferencia de criterio o de posición ante la misma, entran por el aro de la bebida como compañera del viaje a la madurez. Y ahí es donde, primero, la sociedad lo está haciendo en general mal con su tibieza. Y, segundo, paradójicamente, donde hay más capacidad de respuesta. Desde el deporte, desde la ilusión por el estudio, la música o cualquier otra actividad constructiva, dentro de la diversidad connatural al propio ser humano. Tenemos que potenciar el uso de las inteligencias múltiples, y no castrarlas, de forma que los chavales y chavalas tengan un proyecto definido y lineal de qué quieren hacer y por qué, y no que se limiten a girar en el eterno ciclo anual del curso académico, sin más miras que ir pasando de curso en curso para estudiar luego no sé qué en la Universidad y terminar en las listas del paro o haciendo algo bien diferente para lo que se han formado. ¡No! Tenemos que conseguir que los chicos y chicas, ya en sus diez, once, doce o trece años sean buenos y se formen en algo verdaderamente exigente, socializante, y que exija el cultivo del cuerpo y de la mente de una forma holística, dándoles autonomía y capacidades de decisión. Y tenemos, sobre todo, que alejarles del círculo de pasar el tiempo porque sí, sin más. Ahí es donde encaja la cultura del ocio basada en las drogas o en el alcohol...

Y conste, porque ya saben que esta columna es de escala de grises, y nunca de blanco o negro, que soy consciente de que la mayoría de los jóvenes que hacen botellón saben cuáles son sus límites y que nunca los traspasarán ni de lejos. Pero hay que trabajar duro por aquellos que, simplemente, no pueden parar. Como me decía hace pocos años una persona con un severo problema de alcoholismo crónico, hay quien, cuando se apagan todas las luces y todo el mundo se va a casa, siente la necesidad de volver a emborracharse. Cada sábado. Y así hasta la extenuación. Ahí está el problema diferencial, en una base ambiental, pero también en algo más propio del individuo. Así se gesta el alcoholismo y los titulares de los periódicos que nos impactan. Cada fin de semana, paso a paso...

Por eso el alcohol es un problema mucho antes del alcoholismo, del coma y de la muerte. Cada adulto verá lo que haga pero, respecto a los menores de edad, a la sociedad -padres, escuela, autoridad- corresponde orquestar iniciativas ingeniosas y sugerentes para que los chicos y las chicas, con una sonrisa, sepan decir a sus compis... "¿Alcohol? ¡No gracias!" Y todo ello sin que les suponga una exclusión o un menoscabo. Y que, cuando sea así, sepan reaccionar con la madurez de tener claras sus propias prioridades, en edades difíciles y donde la presión del grupo es, a veces, enorme o, sencillamente, insoportable.