Nunca he estado en Cuba, a pesar de que a mi abuelo paterno, gallego de A Coruña, emprendedor y valiente, se le auguraba una feliz estancia allí, que interrumpió para venir de nuevo a casarse, pero con ánimo de volver pronto a la isla. Finalmente no fue así, y cambió definitivamente aquella tierra de oportunidades y mar Caribe por la Ciudad Vieja herculina, y el entorno y contexto que ustedes, por próximo, ya conocen de largo...

No he estado en Cuba, no, a pesar de que tuve un par de oportunidades en los últimos años, y de que es un país que me ha llamado y me sigue llamando la atención por mil y un detalles... Uno de esos sitios que uno siempre anota en la nómina del "algún día estaré allí", sin que termine de concretarse día y hora, a pesar de que va siendo ya momento de concretar...

No he conocido Cuba, pues, y, por tanto, porque no he estado allí, no me atreveré a hacer afirmaciones de detalle que ni puedo corroborar ni aportarían material de primera mano, del que me gusta traerles a ustedes aquí. Sin embargo, eso no es óbice para tener una postura clara sobre algo de lo que ha significado, significa y, seguramente, representará Fidel Castro, fallecido estos días, en la Historia mundial, regional y de su país. A ello dedicaré, con la venia, el resto de estas letras. Ya me dirán ustedes si están de acuerdo o, fundamentándolo a su manera, si no es así.

La cuestión primera es que Fidel Castro es un referente a escala global. Seguramente muchas de las cosas que han pasado en la geopolítica de América Latina -y, por extensión, del planeta- hubieran tenido otro cariz si Castro no existiese. En los libros de Historia se le estudia ya, y el tiempo no borrará su huella. Es imposible entender algunos aspectos de la tensión de bloques en la Guerra Fría o la extensión de determinados movimientos populares en Latinoamérica, sin aludir a Castro o referenciarle.

El segundo aspecto que me gustaría compartir con ustedes es que la Revolución cubana hay que entenderla en un contexto determinado, con un devenir de las cosas que implicó que muchos países fuesen reducidos a patio trasero de las políticas de los Estados Unidos y, con frecuencia y en particular, de sus peores políticas. La Cuba de los terratenientes y la dictadura de Fulgencio Batista es el caldo de cultivo en el que se gesta la Revolución. Corría el año 1959 cuando Fidel y los suyos entran en Santiago de Cuba. Empezaba algo nuevo...

Una tercera pincelada es que aquel Fidel revolucionario hace ya mucho tiempo que dejó de existir. Con un paradigma bien distinto al de Batista, el Partido único de la isla durante décadas volvió a reeditar aquel amargo proverbio de que los extremos muchas veces se tocan, y el que combatió al dictador se convirtió, con el tiempo, en algo parecido. Desde luego, en todo menos en un demócrata. Y es que no hay nada peor que quien habla del pueblo, de sus necesidades y de su pensamiento, sin dejarle ni un pequeño resquicio para que el mismo se exprese. Es una nueva vuelta de tuerca al Despotismo Ilustrado. Sí, todo para el pueblo, pero sin que el pueblo pueda expresarse salvo que sea para adularme o para decir lo mismo que yo.

Es bien cierto, sin embargo, que dándole una vuelta a cómo ha ido la evolución de otros países de América Latina desde aquellos primeros años sesenta, el destino de Cuba sería incierto sin un férreo control como el que propició el Partido Comunista. Hay que reconocer también que, en términos de derechos socioeconómicos de las personas, en Cuba se cuidaron aspectos como las prestaciones sanitarias o una educación de calidad universales, que en otros países bien cercanos eran entonces -o siguen siendo- literalmente inexistentes o solo a disposición de una minoría privilegiada. Cuba fue entonces una excepción, desde dicho punto de vista, y las personas pudieron desarrollarse allí mejor que en otros lugares.

Pero la libertad faltó. Y fueron muchos los colectivos cuyos derechos fueron vulnerados por un régimen que se tornó en castigador y violador de las libertades individuales. Y Fidel, ese Fidel al que hoy muchos cubanos honran y al que otros -fundamentalmente, en la diáspora- detestan, tuvo mucho que ver ahí.

Termino como empecé. Fidel Castro -descanse en paz, como cualquier ser humano que ya no está- fue, sin duda, un hombre de referencia planetaria. Un revolucionario y, si cabe, un libertador en su momento. Pero no fue un demócrata, y cayó en la trampa de luchar por valores a los que él mismo luego renunció, estando en lo más alto, a pesar de lo que digan la retórica y la propaganda oficial. Con aspectos positivos, sin duda, por una concepción social del Estado que poco tuvo que ver con otras dictaduras autoritarias que asolaron buena parte de América Latina. Pero sin que pueda ser calificado, como he oído en ciertos medios y en determinadas proclamas, como un demócrata o un adalid del gobierno del pueblo. Los regímenes de partido único, la prohibición de todo lo que no sea propaganda del régimen o la conformación del estado de opinión de un pueblo desde la más tierna infancia no son, arropen las ideas que arropen, susceptibles de ser llamados democracia. Y es que, aunque esta no sea ni perfecta ni asegure una sociedad medianamente vivible, nadie puede autoarrogarse el derecho de contarle a los demás cómo tienen que vivir o, peor aún, que pensar. Porque, si es así, aunque una Revolución siga autodenominándose como tal, bien puede convertirse en un yugo...