El calor está haciendo de las suyas en días como hoy, en que el verano -que todavía no ha llegado de forma oficial, y al que saludaremos formalmente el miércoles- parece hacerse paso definitivamente entre los restos de la primavera. Con el alumnado todavía en las aulas, el fin de curso es inminente. Pronto llegaremos a ese Rubicón que es la celebración del San Juan, a partir del cual se da rienda suelta a las expectativas de los más jóvenes sobre la playa y los largos días de verano. Habrán llegado las vacaciones. Y lo habrán hecho para quedarse. Será el primer acto de la escenificación del fin de las clases?

Para el segundo y definitivo acto habrá que esperar un poco más. Será entonces, también en julio pero preferentemente en los últimos días de ese mes y más en agosto, cuando nuestras playas, en este rincón verde y azul de la península, se pueblen con las gentes venidas de más lejos. Se vaciarán las grandes ciudades y la densidad de población experimentará su tradicional cambio estacional del interior a la costa. Los diferentes acentos se volverán a entremezclar en los arenales, y las ansiadas vacaciones, entonces, serán una realidad.

Pero el fin de curso es mucho más. Serán días de cambio y de nuevos planteamientos, de fin de etapas educativas y de ciclos de estudio. De aparcar ocupaciones llevadas a cabo minuciosamente durante bastantes años, buscando nuevos retos. De estación término en el largo proceso de adquisición de competencias y sus reflejos en forma de titulación oficial. El fin de curso y la llegada del verano también nos impulsará a analizar cómo nos reinventaremos después, cuando entre el otoño. Y este tiempo propiciará encuentros y reencuentros.

Será, pues, también tiempo de personas. Quizá de romances. De cruces de caminos. Y, si la tónica sigue como en los últimos tiempos, de récords de visitas a nuestro entorno por parte de ciudadanos provenientes de otras realidades, de otros países? De intercambio de ideas, pareceres y relaciones de todo tipo entre personas, en definitiva, algo que llevamos practicando muchos siglos, y que da mucha más potencia y colorido a la sociedad.

El verano también será un momento importante para rebajar tensiones y frenar un poco algún conflicto que esté enquistado, quizá también en la política. Para ver las cosas de otra manera. Para confiar en la estampa de la Luna en la noche como fiel consejera. O para disfrutar del arrullo de las olas en cualquiera de nuestras innumerables playas paradisíacas en la fresca, cuando el Sol claudica ya ante el crepúsculo, solo por unas horas?

Serán días de disfrute, tan importantes para afianzar los conocimientos adquiridos en las aulas y volver con renovadas ganas e ilusión. Serán días de alegría, de fuerza, luz y color. Días de sonrisas. Y, también, días para recordar toda la vida. Porque la palabra verano lo dice todo? El verano es? el verano.

Y, al final del verano, otra explosión de luz y color. El otoño, que siempre es mágico y que dota a la realidad de un velo trascendental y único. Otra oportunidad para arrancar de nuevo, para hacernos un poco mejores, para afrontar nuevos retos y situaciones, y para seguir progresando en un marco de conocimiento y espíritu de servicio. Un entorno temporal óptimo para la excursión, pasado ya el rigor de la canícula, o para volver a afilar las zapatillas y, con ellas, recorrer caminos.

Y es que, quizá, el epílogo de este artículo pueda ser algo así como que todas las estaciones son maravillosas, cuando se disfrutan ilusionados. Y, por extensión, todos los momentos de la vida. Creo que en eso consiste la felicidad. En saber valorar cada minuto, en la medida de lo posible, como una ocasión excelente para sentirnos bien con nosotros mismos y con los demás.