Vivimos, desde las elecciones del 20-D de 2015, un tiempo de frivolidades y desmanes con dos de los más importantes instrumentos que la Constitución pone al servicio del buen funcionamiento de las relaciones entre los poderes. Pasó con la investidura zarandeada por políticos mediocres y ha vuelto a pasar con la moción de censura constructiva que es, al mismo tiempo, investidura. En sus estrictos y graves términos constitucionales la censura ha fracasado y, además, el gobierno no se ha resentido en lo más mínimo por los discursos incendiarios del candidato y socios, ¿a santo de qué se consintió la intervención de varios dirigentes de la familia podemita?, ni por su programa de gobierno, si así puede llamársele. Iglesias maltrató el importante instrumento de la censura y sigue actuando como en la asamblea de facultad o en sus programas de la Tuerka.

Es cierto, sin embargo, que, en términos políticos, las cosas funcionan de otro modo y, en ese sentido, Iglesias, que necesitaba la visibilidad que da la moción porque las elecciones están muy lejos, aprovechó bien la ocasión para seguir siendo el gran protagonista de la oposición a Rajoy, aun fracasando como candidato a la presidencia. Solo queda por saber cómo reciben los próximos sondeos ese protagonismo. Lo de Iglesias es un discurso tronante, bronco y, sobre todo, contradictorio. Un día desprecia la Transición y la Constitución y al siguiente reconoce sus méritos; apuesta por España y acepta sin pestañear el derecho a decidir que puede deshacerla; se aproxima al PSOE nuevo, a Bildu y ERC, y quiere gobernar contra el PSOE moderado, las restantes minorías y, por supuesto, contra los dos, PP y C's. Iglesias, 82 votos de los 350 posibles, ni es conciliador ni sabe hacer amigos así que no le va a ser fácil satisfacer sus deseos. Pero, sin duda, en este momento está en la cresta de la ola de la izquierda con su discurso tronante, bronco y contradictorio. Y ahí seguirá si los socialistas son incapaces de rebajarle los humos y siguen temiendo a Iglesias, más ahora que parece haber superado la que desde su origen fue la mayor dificultad del partido, su consolidación nacional como organización, ahora patente en los apoyos sin fisuras de los portavoces de Compromís, de En Comú Podem y de Mareas, y en el reconocimiento por Iglesias de la buena gestión municipal de esos grupos. Iglesias lidera ya una confederación de partidos que, con las desavenencias propias de las organizaciones grandes, parece haberse asentado en el espacio de la izquierda española.

El PSOE aguanta con su grupo parlamentario entero pero con discrepancias de fondo, continúa con su discurso radical y sectario contra el gobierno y sigue débil y desconcertado en la calle. En el congreso de este fin de semana veremos los apoyos de Sánchez y las líneas maestras de su próxima andadura. A Sánchez le queda todo por hacer y no tener la condición de diputado le dificulta las cosas. Lamentablemente su portavoz Ábalos apenas aclaró algo. Si nos atenemos a su discurso seguirán en la línea radical de confrontación con el gobierno, Rajoy y el PP. Son solo palabras, dicen algunos. Sí, pero tan rotundas y reiteradas que han conseguido inflamar tanto a las bases y a muchos votantes que no será fácil regatearles con apoyos puntuales pero importantes a Rajoy, máxime con un Iglesias en permanente vigilancia y consiguiente denuncia de las actitudes y comportamientos que no se adecuen a la obligación indeclinable de la auténtica izquierda, echar cuanto antes a Rajoy, a su gobierno y a su partido. En cuanto al presidente, estuvo en su sitio, y tal como están las cosas, que dure.