Nuestro clima es fantástico; permite el descanso y el sueño reparador, templanza que nos facilita saborear todas las temperaturas, algunas impregnadas de humedad, cuyo olor evoca la profundidad de los tiempos. Todas estas circunstancias han contribuido, sin duda, al equilibrio y a la mesura del carácter herculino. Si consideramos que, a pocos kilómetros más abajo, los mortales se achicharran con el calor tórrido que los abrasa, los coruñeses ponderaremos mejor el disfrute de una bruma especial y un sol acariciador, que broncea los cuerpos dándoles un tostado especial, duradero, no equiparable. Las fiestas como siempre: repetitivas, selladas por la mediocridad, al amparo de un generoso desembolso económico. Volvemos a celebrar el Cómic, el Festival del Noroeste, las regatas de la Tall Ships Races, de yates de recreo acoderados en nuestros muelles. Se llevarán a cabo, a cargo de las arcas municipales, las fiestas de los barrios, de acuerdo a recetas populares que ponen de manifiesto la consideración pueblerina que les merecen a los organizadores ciertas áreas periféricas. Se ha evaporado la Función del Voto que otorgaba la cívica razón de ser de los acontecimientos festivos y del Teresa Herrera, convertido en una pachanga que no convoca popularmente. El Plan Estratégico de Turismo estancado mientras la Xunta nos olvida, con su promoción solo fijada en O bo camiño, en su confusión lúdico-espiritual. Aquí el buceo turístico, la inmersión, están ajenos a líneas de publicidad imaginativa, mientras que los empecinados munícipes gobernantes surfean entusiasmados el ejercicio filosófico de Confucio: "Cambiar el nombre de las cosas es poseerlas". Nada nos extraña cuando los puristas de la Mesa interpretan la normalización con significado contrario a lo que la palabra da a entender. Pese a todo, La Coruña mantiene y armoniza su espíritu festivo con el trabajo y la diversión. No resulta difícil, cuando se dispone de un escenario en el que basta que la Naturaleza y el clima hagan lo suyo.

Otrosí digo

Vecinos y comerciantes de la calle Marqués de Pontejos han expresado su disconformidad con la anunciada peatonalización proyectada por el Ayuntamiento. Es la única vía de acceso de los automóviles al Mercado de San Agustín, cuyos placeros se han unido a la protesta del vecindario inconsulto. Las campañas de los munícipes gobernantes de procurar la cercanía con los afectados merecen, como filosofía, una sonrisa condescendiente.