He vivido 21 años en Barcelona en pleno ejercicio profesional. Y me he movido por toda Cataluña sin ser natural de aquella tierra. Lo allí sucedido en estas fechas recientes me ha dolido porque he visto cómo se exasperaban posturas fraternas, que por cabezonería de unos cuantos políticos amenazan con agrietar más la convivencia. El berrinche de ahora -así lo califico aunque pasará factura- es continuación de los desencuentros, compatibles con hermanamientos felices, que a lo largo de la historia se han dado entre parientes y vecinos, entre algunos catalanes y otros tantos aragoneses, valencianos, castellanos, andaluces o madrileños. Por eso encabezo este minuto con un suma y sigue, porque habrá más disputas y riñas que se unirán a la suma de trifulcas habidas desde la repulsa al Gobierno de Olivares, la Guerra de Sucesión y el cabreo contra la dinastía borbónica, las intentonas de Maciá y Companys, sin olvidarnos la renaixença ni de los enfrentamientos futbolísticos del Barça y el Real Madrid. Harán falta otros políticos capaces de restañar heridas e ilusionar -opino que no han sabido hacerlo los actuales- para superar el momento crítico cuyo estallido hemos vivido y que puede prender en otros puntos de esta España ahora expectante.