Cada 16 de enero el fantasma de Lady Hester visita a John Moore en el Jardín de San Carlos. Ambos se encuentran una vez al año, quizá junto al enrejado de la cripta, o bajo el roble cuyo esqueje vino de la casa familiar en Inglaterra, o en el balcón sobre la muralla que se abre al mar.

Lady Hester no es un espíritu cualquiera. Su padre era un Lord que renegaba de su clase social y dedicó su vida a ingeniar locos inventos. No quiso educar a sus hijos como correspondía a los jóvenes nobles de finales del siglo XVIII lo que facilitó que aquella niña bebiera de unas raras fuentes de libertad. De inteligencia prodigiosa, fuerte carácter y 1,80 m de estatura, era una pésima candidata al matrimonio. Pero quiso la fortuna que su tío, William Pitt, fuese designado primer ministro del Imperio Británico y que, siendo soltero, pidiese a su sobrina que ejerciese como "primera dama".

De pronto Hester se encontró en el centro del mundo. Su inteligencia, su espíritu libre, su ingenio mordaz e incluso su imponente estatura, la convirtieron en la mujer del momento. La mala salud de Pitt hizo además que ella le ayudase, tomando con él durante años las grandes decisiones de un Imperio que abarcaba varios continentes. Cuando Pitt fallece en 1806 la vida social de Hester, la libertad y las influencias desaparecen. Ella tenía treinta años.

Es entonces cuando entabla amistad con John Moore, compañero de armas de sus hermanos, por el que sentía una devoción de la que sus cartas han dejado constancia. Pero en enero de 1810 Moore muere en la batalla de La Coruña. Ella ya no tiene lugar en el mundo victoriano que pretende encadenarla y se va de Inglaterra para no volver jamás.

Se embarca en una vida de viajes que la llevaron a Constantinopla, Egipto y Siria, vestida como un hombre y eligiendo amantes a placer. Su entrada en Damasco, ataviada como un príncipe druso sobre un semental blanco al frente de su ejército personal es un hito que causó estupor en el mundo entero. Se estableció en la antigua ciudad romana de Palmira en un palacio que adornó con un increíble jardín de rosas. Se ganó el respeto y la admiración de los árabes y medió entre las tribus durante años, siendo conocida como La Reina Blanca de Palmira hasta que, ya anciana, falleció arruinada y trastornada. Siempre conservó el guante ensangrentado que llevaba John Moore cuando falleció en Coruña.

En 1860, 20 años después de su muerte, Murguía escribía sobre el fantasma de la elegante mujer que rondaba la tumba de Moore cada 16 de enero.

Así que Coruña es custodia de los restos mortales de él y del espíritu de ella, una mujer única, aventurera, transgresora y libre. Y esta ciudad siempre ha sido un buen lugar para las mujeres libres y fuertes, las que lucharon con sus manos como María Pita, con su intelecto como Concepción Arenal o Pardo Bazán, o con su entrega como Isabel Zendal. Hester Stanhope encaja bien aquí, donde puede encontrar espíritus afines que, impulsados por el viento Nordés que llega a nosotros desde su Inglaterra natal, vagan entre las piedras de la Ciudad Vieja, los panteones de San Amaro o los árboles del bello Jardín de San Carlos, donde cada año visita al hombre al que amó, en una Galicia ancestral que no es ajena a aquellos que, como ella, han sabido ir más allá de la Muerte.